
Sin embargo, solo han pasado tres días, y el pueblo se está quejando porque no han encontrado agua, y las aguas del lugar donde han llegado son amargas. Dios podría haberlos llevado a otro lugar, o quizás no había otro lugar con el agua apropiada, pero los llevó justo allí. En ese lugar decidió convertir el agua amarga en dulce para que bebieran (15:22-27). Si, a veces nuestros deseos de desplazarnos geográficamente se cumple, necesitamos salir de donde estamos, pero a veces, Dios no nos saca, sino que transforma el entorno, aquello que nos amargaba ya no nos amarga, porque el ha puesto su mano ¿Hay algo en mi vida cotidiana que es amargo y la Divinidad quiere que deje de serlo?
Finalmente, he leído en el capítulo dieciséis como nuevamente el pueblo se queja por comida, y entonces Dios le envía maná. Dice el texto:
"Al verlo, los israelitas se preguntaban unos a otros:
—¿Manhu? —es decir, ¿qué es esto?— pues no sabían lo que era." (16:15a)
La Divinidad vuelve a proveerles, sin embargo, lo hace con algo que no les es familiar. Esto me hace volver a pensar en que la Deidad no siempre va a actuar como espero, ella rompe mis expectativas, es por ello que debo estar abierto a que me guíe e intervenga más allá de las formas con las que estoy familiarizado. La Divinidad a veces obra de manera extraña para mi, por ello no debo pensar en tener en cuenta a Dios sin disponerme a salir de mis propias expectativas.
Sin embargo, en toda la porción leída hoy, lo que más llama mi atención, es que lo que comenzó con un canto de victoria, en seguida se vuelve en continuas críticas hacía Moisés y hacía Dios mismo. El pueblo había visto las diez plagas, había visto abrirse el mar, había visto perecer al ejército que les perseguía, sin embargo, solo pasaron tres días y se quejaron ante nuevas dificultades ¿Recordar lo que la Deidad había hecho no les hubiera llevado a confiar? Lo más razonable es que hubieran dicho: "tenemos sed, tenemos hambre, pero como estamos viendo, Dios está con nosotros y nos ayudará". Sin embargo, el pueblo creó una cultura de la crítica, donde se olvidaba los hechos del Señor a favor de ellos, o no se pensaban que tales hechos debían darles confianza ante nuevas dificultades.
Tengo que reconocer que este pueblo quejoso es a veces una buena imagen de mi mismo. Olvido las cosas que la Divinidad ha hecho en mi vida, como me ha traído hasta aquí a pesar de las dificultades. Además el texto de hoy me invita no solo a no olvidar lo que Dios ha hecho en la historia del mundo y en mi propia historia, sino a abrirme a la posibilidad de que no siempre voy a ser librado de mi entorno hostil, sino que a veces me ha mostrar como quiere que este entorno deje de ser amargo para mi, así como las aguas se volvieron dulces. Y también, que debo estar abierto a que la obra de la Divinidad se lleve a cabo de manera extraña, más allá de lo que espero, lo que me puede llevar a decir como el pueblo cuando vio el maná "¿Qué es esto?"
Reconozco que hay cosas de la vida cotidiana que a veces se convierten en una carga, pero Dios me llama a verlas como asuntos sagrados. Es fácil, que atender el hogar, acompañar a mis hijas y trabajar no traigan siempre alegría, pero la Divinidad no siempre quiere sacarme de tales responsabilidades, más bien quiere que estas se conviertan en un ministerio que nace del amor y que me permitan profundizar en la adoración que trae paz y que se lleva a cabo no con instrumentos y voces sino con la vida cotidiana.
Reconozco que deseo la intervención de la Deidad en la vida de los que me rodean, además me gustaría ser usado para bendecirles. Tiendo a tratar de controlar momentos para compartir de Jesús, para orar por otras personas, sin embargo, Dios puede hacer Su obra de otra manera que no es familiar para mi.
La Divinidad me invita hoy a dejar la crítica que nace cuando mis expectativas no se cumplen. Es una invitación a conocerle más y a crecer y madurar en la fe.
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