Tras leer el capítulo 30 de Génesis dos cosas llaman mi atención. Por un lado el sentimiento de envidia de Raquel hacía su hermana Lea, que provoca la búsqueda de más hijos a través de la costumbre patriarcal del contexto social de entregar a la sirvienta a su marido para que engendrara (30:1-3). Por otro lado, llama mi atención, el hecho de que Laban, el tío de Jacob, le verbalice a su sobrino que sabe que ha sido bendecido por Dios gracias a él (30:27) lo cual me hace pensar en si las personas que nos rodean, podrían decir lo mismo al experimentar la vida en familia, en el vecindario o el trabajo.
Sin embargo, hoy me voy a centrar en lo primero, en el tema de la envidia:
"Viendo Raquel que no daba hijos a Jacob, tuvo envidia de su hermana, y decía a Jacob: Dame hijos, o si no, me muero." Génesis 30:1
Viene a mi mente aquellos momentos en los que personas cercanas a mi son bendecidas y yo percibo una sensación interior que no me permite alegrarme de ello más plenamente.
En medio de mi comunidad cristiana, muchos practicamos el vernos en grupos pequeños para rendirnos cuentas de como es nuestra vida espiritual en el contexto cotidiano. Una de las preguntas que ha estado muy presente en los incios de estos encuentros es la siguiente: "¿Has deseado secretamente que a alguien le vaya mal para que a ti te vaya bien?" No me he considerado una persona envidiosa, sin embargo, ante esta pregunta, muchas veces he tenido que ser sincero conmigo mismo y con los demás y responder que si. En ocasiones me daba cuenta de que tal actitud estaba en mi, precisamente cuando personas que no actuan como a mi me gustaría (lo cual no significaba que estuvieran viviendo en injusticia) no les iba bien y entonces reconozco cierta satisfacción interior. También cuando a estas personas les va bien, descubro que no brota en mi la alegría que uno suele sentir por quienes ama.
Detrás de este sentimiento, creo que se esconde mi realidad interna rota, que no está experimentado en ese momento el amor de Dios como plena satisfacción. Ello me lleva a tratar de sentirme mejor en base a que otros no le vayan tan bien como a mi, como si eso, en realidad fuera la solución. La envidia me alerta de un problema interno, y es importante que yo sepa discernirlo.
Reconocer que la envidia nos avisa de un problema interno más profundo, nos debe llevar a no tratar de ignorarla o no darle importancia. En mi caso, lo que trato es de expresar con sinceridad lo que siento ante Dios y ante personas de confianza en mi comunidad. Mi experiencia me muestra que no hay mejor antídoto ante la envidia que sacarla a la luz, pues allí es donde Dios la desvanece a través de la oración.
Detrás de este sentimiento, creo que se esconde mi realidad interna rota, que no está experimentado en ese momento el amor de Dios como plena satisfacción. Ello me lleva a tratar de sentirme mejor en base a que otros no le vayan tan bien como a mi, como si eso, en realidad fuera la solución. La envidia me alerta de un problema interno, y es importante que yo sepa discernirlo.
Reconocer que la envidia nos avisa de un problema interno más profundo, nos debe llevar a no tratar de ignorarla o no darle importancia. En mi caso, lo que trato es de expresar con sinceridad lo que siento ante Dios y ante personas de confianza en mi comunidad. Mi experiencia me muestra que no hay mejor antídoto ante la envidia que sacarla a la luz, pues allí es donde Dios la desvanece a través de la oración.
Las prácticas de confesarnos nuestras faltas unas personas a otras y orar unas por otras para que seamos sanadas (Santiago 5:16) y de imitar a los salmistas en expresar a Dios claramente lo que sentimos (sea confesión, lamento o dudas), siempre son caminos efectivos para encontrar la gracia Divina que nos transforma.
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