He de reconocer que la palabra liderazgo puede llegar a tener muchas connotaciones negativas, y mucho más dentro del ámbito religioso. Pero no quiero perder de vista, que un líder es alguien que influencia a otros, para bien o para mal, y que en este sentido, todos tenemos un ámbito de influencia a través de los roles que desempeñamos en nuestro hogar, entre nuestros amigos, vecinos, comunidad cristiana, compañeros de trabajo etc.
El texto de hoy nos narra dos escenas en la que Moisés necesitó apoyo:
La primera fue el momento en que Aarón y Hur sostenían sus brazos mientras Israel combatía contra Amalec. Cuando Moisés bajaba sus brazos, Amalec dominaba en la batalla, pero cuando los elevaba, Israel prevalecía. Sin embargo, la batalla fue larga y esos brazos eran imposibles de sostener sin ningún tipo de ayuda (17:8-16). La ayuda que Moisés recibió fue clave para la victoria que Dios dio al pueblo.
La segunda es cuando Jetro, el suegro de Moisés, le visita. Este no solamente se alegra de oír acerca de lo que Dios ha hecho, y le alaba por ello, sino que detecta un problema en la manera de actuar de su yerno y no se lo calla:
"Viendo el suegro de Moisés todo lo que hacía este por el pueblo, le dijo:—¿Por qué te sientas tú solo a juzgar al pueblo mientras son multitud los que acuden a ti desde la mañana hasta la noche?
Moisés le respondió: —Porque el pueblo acude a mí para conocer la voluntad de Dios. Vienen a mí con sus querellas, yo se las dirimo y también los instruyo en las leyes y mandamientos del Señor. Entonces el suegro de Moisés le dio este consejo: —Tu procedimiento no es el correcto, pues os agotaréis tú y toda esa gente. La tarea sobrepasa tus posibilidades y no puedes despacharla tú solo." (18:14-18)
Jetro aconsejó a Moisés a delegar, poner su confianza en otros, hacer las cosas de otra manera a como las estaba haciendo.
Moisés podría haber tomado mal las palabras de su suegro. Podría haberle dicho: "¿Acaso tu tienes experiencia con dirigir a un pueblo así? ¿Crees que sabes hacer las cosas mejor que yo?". Digo esto, porque mi vieja naturaleza me lleva a pensar a menudo en que la manera en la que estoy actuando es la mejor, y que los que me rodean no tienen ni idea de como han de hacerse las cosas. Cuando no delegamos, cuando queremos controlar todo lo que pasa y todo lo que otros hacen, cuando nos cargamos con mucho trabajo, cuando no escuchamos, es porque somos incapaces de ver nuestros propios límites, y por tanto, tenemos una visión distorsionada de nosotros mismos y de los demás.
En el ámbito religioso y laboral, a menudo veo a líderes que reaccionan ante cualquier consejo desde el terreno personal, en seguida sienten que les están atacando y enseguida responden diciendo que la verdadera responsabilidad de que las cosas no vayan como nos gustaría es de otros. Lo entiendo porque mi vieja naturaleza me invita a ello continuamente, pero no debemos justificarlo.
Por ejemplo: La eclesiología moderna necesita autocrítica. Nuestro sistema de discipulado basado en eventos, programas y líderes carismáticos que controlan, sigue quemando a los que sirven, sigue creando una generación consumista, sigue desarrollando personas con mucha información intelectual y poco entrenamiento para vivir la fe en el contexto cotidiano, sigue incapacitada para darse a entender a las nuevas generaciones y sigue cayendo en el tradicionalismo del "siempre se hizo así".
Sin embargo, nada cambiará si no estamos dispuesto a reconocer que no estamos haciendo las cosas de la manera adecuada y si no dejamos de echar balones fuera a la hora de responsabilizar ante los síntomas.
Moisés tenía una virtud que todos debemos anhelar: ser llamado el hombre más manso de la tierra. Por esto se dejó ayudar reconociendo sus limitaciones.
¿Me siento a la defensiva cuando otros cuestionan la manera en la que estoy actuando? ¿De qué manera puedo avanzar en ser manso como Moisés? ¿Tiene algún sentido práctico para mi este verso: "Moisés atendió el consejo de su suegro, y lo llevó a la práctica." (17:24)?
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