Los capítulos diecinueve y veinte de Éxodo nos adentra en el momento en que Dios decide mostrarle al pueblo como deben vivir. En esta porción se encuentra los diez mandamientos, los cuáles son siempre de inspiración para los cristianos y aun para sociedades alrededor del mundo. Estos diez mandamientos fueron dados después de que los extranjeros explotados experimentaron la gracia. Primero salieron de Egipto, se les abrió el mar rojo, recibieron maná del cielo y agua de la roca y después se les mostró como debían vivir de manera diferente a como se vivía en Egipto.
La gracia no significa cruzarnos de brazos, tiene el objetivo de llevarnos a la vida que Dios quiere para nosotros. La fe, por tanto, se expresa no solo en recibir lo que no merecemos y necesitamos, sino también en andar de una manera nueva.
Si, sabemos que no podemos vivir a la manera de Dios en nuestras propias fuerzas, pero usamos las fuerzas que hemos recibido para colocarnos voluntariamente en el altar de la obediencia, confiando que Dios se encargará de hacer el resto: que muramos a nosotros mismos y que la vida de Cristo se haga realidad en nosotros.
Por tanto la gracia es gratis, pero no barata, y no anula el esfuerzo de la obediencia, eso si, tenemos que aprender a no confundir esfuerzo con mérito personal. He percibido que muchos cristianos no han entendido esto bien, lo cual nos ha llevado a un modelo de discipulado que no nos ejercita para una nueva manera de trabajar, descansar y relacionarnos con los que nos rodean. Si, se nos entrega información para ello y se nos insta a creer en credos y normas de conductas, pero la información nada hace en nuestro cuerpo, ni ante la vieja naturaleza, si creemos que la gracia y la fe implica cruzarnos de brazos.
Otro aspecto que llama mi atención en la porción leída hoy, es el énfasis de que el pueblo no se puede acercar al monte desde donde Dios va a hablar. Esto contrasta con la encarnación, donde Dios decide venir hasta nosotros, tocarnos y llenarse los pies de polvo mientras nos acompaña en el camino. También contrasta con la enseñanza de Pablo de que nos acerquemos confiadamente al trono de la gracia. ¿Podemos notar que Dios ha abierto un camino para una relación privilegiada con Él? ¿Somos consciente de que podemos acercarnos con confianza y recibir ayuda para el oportuno socorro?
El pueblo, aterrado por la voz de Dios dijo a Moisés:
"—Háblanos tú y te escucharemos; pero que no nos hable Dios, porque moriremos." (20:19b)
Hoy, sin embargo, a pesar de que Dios ha abierto el camino hasta su presencia, a pesar de que Él ha cumplido su deseo de hacer un pueblo entero de sacerdotes (19:6) que pueden acercarse con confianza, seguimos afincados en un modelo eclesiológico que fomenta el clero-laicado, donde muchos prefieren escuchar la voz de Dios a través de sacerdotes, pastores, predicadores, evangelistas y profetas que medien por nosotros en esto. Es más cómodo que otros hagan el esfuerzo de tratar de escuchar a Dios y luego nos digan lo que han recibido, preferimos no asumir esta responsabilidad, incluso algunos se atreverán a decir, "para eso les sostenemos económicamente". Por otro lado, tampoco debemos ignorar el placer que nos da sentirnos la boca de Dios para multitudes, y quizás por esto, tampoco encontramos fácilmente un liderazgo que se esfuerce demasiado en preparar a cada discípulo para escuchar la voz de Dios y no depender de estructuras concretas.
Curiosamente, las reuniones regulares de los cristianos del Nuevo Testamento se caracterizaban porque uno recibía algo que contar al grupo, y después se callaba porque otro había recibido otra cosa del Señor (1ª Corintios 14:26-40). Solo en casos excepcionales, un cristiano maduro que venía de un largo viaje, tomaba la palabra por largo tiempo en reuniones con un carácter más extraordiario. Sin embargo la excepción se ha vuelto la regla y la regla la excepción en las comunidades cristianas convencionales.
Nuevamente encuentro importante retos para enfrentar la formación espiritual en nuestros días.
¿Cómo nuestras comunidades cristianas relacionan la gracia y la fe con el esfuerzo de vivir de una manera diferente? ¿Cómo la reunión donde un profesional monopoliza nos puede perjudicar para ser un pueblo donde todos asumimos la responsabilidad de acercarnos a Dios para escucharle?
La gracia no significa cruzarnos de brazos, tiene el objetivo de llevarnos a la vida que Dios quiere para nosotros. La fe, por tanto, se expresa no solo en recibir lo que no merecemos y necesitamos, sino también en andar de una manera nueva.
Si, sabemos que no podemos vivir a la manera de Dios en nuestras propias fuerzas, pero usamos las fuerzas que hemos recibido para colocarnos voluntariamente en el altar de la obediencia, confiando que Dios se encargará de hacer el resto: que muramos a nosotros mismos y que la vida de Cristo se haga realidad en nosotros.
Por tanto la gracia es gratis, pero no barata, y no anula el esfuerzo de la obediencia, eso si, tenemos que aprender a no confundir esfuerzo con mérito personal. He percibido que muchos cristianos no han entendido esto bien, lo cual nos ha llevado a un modelo de discipulado que no nos ejercita para una nueva manera de trabajar, descansar y relacionarnos con los que nos rodean. Si, se nos entrega información para ello y se nos insta a creer en credos y normas de conductas, pero la información nada hace en nuestro cuerpo, ni ante la vieja naturaleza, si creemos que la gracia y la fe implica cruzarnos de brazos.
Otro aspecto que llama mi atención en la porción leída hoy, es el énfasis de que el pueblo no se puede acercar al monte desde donde Dios va a hablar. Esto contrasta con la encarnación, donde Dios decide venir hasta nosotros, tocarnos y llenarse los pies de polvo mientras nos acompaña en el camino. También contrasta con la enseñanza de Pablo de que nos acerquemos confiadamente al trono de la gracia. ¿Podemos notar que Dios ha abierto un camino para una relación privilegiada con Él? ¿Somos consciente de que podemos acercarnos con confianza y recibir ayuda para el oportuno socorro?
El pueblo, aterrado por la voz de Dios dijo a Moisés:
"—Háblanos tú y te escucharemos; pero que no nos hable Dios, porque moriremos." (20:19b)
Hoy, sin embargo, a pesar de que Dios ha abierto el camino hasta su presencia, a pesar de que Él ha cumplido su deseo de hacer un pueblo entero de sacerdotes (19:6) que pueden acercarse con confianza, seguimos afincados en un modelo eclesiológico que fomenta el clero-laicado, donde muchos prefieren escuchar la voz de Dios a través de sacerdotes, pastores, predicadores, evangelistas y profetas que medien por nosotros en esto. Es más cómodo que otros hagan el esfuerzo de tratar de escuchar a Dios y luego nos digan lo que han recibido, preferimos no asumir esta responsabilidad, incluso algunos se atreverán a decir, "para eso les sostenemos económicamente". Por otro lado, tampoco debemos ignorar el placer que nos da sentirnos la boca de Dios para multitudes, y quizás por esto, tampoco encontramos fácilmente un liderazgo que se esfuerce demasiado en preparar a cada discípulo para escuchar la voz de Dios y no depender de estructuras concretas.
Curiosamente, las reuniones regulares de los cristianos del Nuevo Testamento se caracterizaban porque uno recibía algo que contar al grupo, y después se callaba porque otro había recibido otra cosa del Señor (1ª Corintios 14:26-40). Solo en casos excepcionales, un cristiano maduro que venía de un largo viaje, tomaba la palabra por largo tiempo en reuniones con un carácter más extraordiario. Sin embargo la excepción se ha vuelto la regla y la regla la excepción en las comunidades cristianas convencionales.
Nuevamente encuentro importante retos para enfrentar la formación espiritual en nuestros días.
¿Cómo nuestras comunidades cristianas relacionan la gracia y la fe con el esfuerzo de vivir de una manera diferente? ¿Cómo la reunión donde un profesional monopoliza nos puede perjudicar para ser un pueblo donde todos asumimos la responsabilidad de acercarnos a Dios para escucharle?
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