Empezamos el 2017 adentrándonos como comunidad en el segundo libro del profeta Samuel. En un principio, ambos libros eran uno solo, pero debido a la extensión de los mismos, los encontramos divididos en nuestras Biblias actuales.
Lo primero con lo que me encuentro, es con el anuncio de la muerte de Saúl y su hijo Jonatán, lo cual produce un lamento en David y en el pueblo. En seguida se nos ofrece un poema que expresa el dolor por la caída de la gloria de Israel y la muerte de su rey y de su hijo.
A lo largo de todo el Antiguo Testamento, nos encontramos con una comunidad que a menudo celebra y lamenta, lamenta y celebra. Solo tenemos que ir a los Salmos, para encontrar gran cantidad de expresiones tanto alegres como tristes.
Pensaba en como el concepto de adoración contemporáneo se aleja mucho hoy del ejemplo bíblico en muchas comunidades cristianas. Algunos han dicho que la capacidad de lamentarnos públicamente y en comunidad se deja a las puertas del lugar donde nos reunimos como si de un abrigo o sombrero se tratara. Sin embargo, hacer esto, es extraño ante el modelo bíblico, además de que nos sumerge en prácticas poco saludable para nosotros, que no podemos negar que somos seres emocionales.
Lamentar, no solo es una práctica bíblica frecuente en las Escrituras, sino que es también una práctica terapeútica y necesaria para nuestra maduración espiritual, la cual no se produce nunca si no tenemos maduración emocional. Ignorar y rechazar nuestras emociones negativas, está más que demostrado que no nos hace ningún bien. Reconocerlas y expresarlas abiertamente ante otros y ante Dios, abre el camino a la recuperación.
¿Cómo podemos en la comunidad cristiana dar lugar a las expresiones de lamento? ¿Cómo podemos incorporar tantas expresiones bíblicas de dolor y confusión que permiten que nuestra fe sea más real y consecuente con las realidades que enfrentamos?
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