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QUE DEJE DE SER UN EVENTO O PROGRAMA (LUCAS 7-9)

Continuo con la narrativa del ministerio de Jesús en Galilea que llega hasta el final del capítulo nueve, donde Jesús y sus discípulos empiezan a dirigirse a Jerusalén.

Estaba pensando en todo lo que los discípulos vieron, experimentaron y aprendieron de Jesús: como anunciaba el Reino, como sanaba enfermos, liberaba a oprimidos por el diablo y resucitaba muertos, como comía con las personas tan diferentes, como respondía ante la duda de su primo Juan, como respondía a las personas socialmente menos aceptadas como la mujer que le lavó los pies con lágrimas, como calmó la tempestad, como dio de comer a cinco mil, como le vieron transfigurarse... Todo lo vivido al lado del Maestro fue mucho más que información intelectual, fue transmisión de Vida, por ello podemos ver a los discípulos siendo enviados y haciendo lo que Jesús hacía: proclamando el Reino y Demostrando el Reino:

"Ellos salieron y recorrieron todas las aldeas, anunciando por todas partes el mensaje de salvación y curando a los enfermos." (9:6)

Todo ello me lleva a pensar en nuestro modelo de formación espiritual y sus frutos. Sentar a las personas a escuchar sermones, más que preparar a un pueblo para la misión, parece que ha preparado a un pueblo para el consumo religioso. Dallas Willard dijo que lo que tenemos es precisamente el resultado de lo que hacemos.

Pienso hoy en la necesidad de una formación espiritual que haga de la misión un estilo de vida y no un programa de la iglesia, donde la proclamación y la demostración se hace presente allí por donde pasamos y donde gastamos muchas horas de nuestra vida: nuestros hogares, vecindarios, lugares de estudio y trabajo, lugares de ocio etc.

Sin embargo, he de reconocer que hay un verso que hoy ha llamado mi atención de manera especial:

"La semilla que cayó entre los cardos representa a los que escuchan el mensaje, pero preocupados solo por los problemas, las riquezas y los placeres de esta vida, se desentienden y no llegan a dar fruto." (8:14)

Siempre he leído la parábola del sembrador como una explicación de lo que ocurre con aquellos con los que comparto el evangelio, y si bien es una buena explicación para ello, confieso que hoy ha tomado un nuevo significado para mi. La razón es que mi falta de frutos está relacionado muchas veces con vivir preocupado por los problemas, enrolado en un ritmo frenético, una agenda llena de programas y eventos, donde acabo olvidando que Dios está a mi lado, queriendo hablarme para que descanse, le escuche y le obedezca.

Mi formación espiritual ha de pasar por una práctica constante de la presencia de Dios, de otro modo, la adoración y la misión como un estilo de vida y no como un evento o programa será un imposible. El síntoma de no ver a Dios o no sentirme conectado con él, en lo cotidiano, y solo en eventos "religiosos", nos avisa de una enfermedad que lleva años provocando la formación espiritual al puro estilo occidental, alejada de lo que acabo de leer en el evangelio: Jesús mostrando el poder de Dios en medio de situaciones encontradas de manera espontánea, informal y natural en medio del Camino.

¿Cómo en la comunidad podemos ayudarnos a enrolarnos en la adoración y la misión como un estilo de vida? ¿Cómo podemos convertirnos en ministros a tiempo completo, las veinticuatro horas del día y los siete días de la semana? ¿Cómo nuestras responsabilidades, vocaciones, profesiones, y placeres se pueden convertir en oportunidades para servir a Dios y adorarle?


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