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VIDA ETERNA AQUÍ Y AHORA (JUAN 3 Y 4)

Los capítulos tres y cuatro del evangelio de Juan nos describen dos interesantes encuentros de Jesús con un líder religioso y con una mujer Samaritana.

El primero, llamado Nicodemo, viene en horas de oscuridad, quizás porque es el momento en que Jesús no estaba rodeado de multitudes o por miedo a lo que sus compañeros pudieran pensar... sea como sea, en medio de las tinieblas se encontró con la Luz, y aunque el relato no nos deja claro de que Nicodemo aclaró sus dudas inmediatamente, si vemos un proceso:

Sabemos que en otra ocasión Nicodemo defendió al Maestro ante sus compañeros en un momento crítico:

"Les dijo Nicodemo, el que vino a él de noche, el cual era uno de ellos: ¿Juzga acaso nuestra ley a un hombre si primero no le oye, y sabe lo que ha hecho?" (7:50-51)

Y tras la muerte de Jesús colaboró en su sepultura:

"También Nicodemo, el que antes había visitado a Jesús de noche, vino trayendo un compuesto de mirra y de áloes, como cien libras." (19:39)

Todo ello nos hace pensar en como la invasión de la Luz es un proceso que a veces solo es evidente tras el paso del tiempo. Lo importante, es que aun en nuestra oscuridad, estemos dispuesto a acercarnos a la Luz, esta no nos dejará igual, aun cuando al principio podamos sentirnos más confundidos y necesitemos tiempo para procesar.

Con la mujer Samaritana es Jesús quien toma la iniciativa de romper las barreras geográficas y culturales. Acercarse a una mujer y encima samaritana es algo totalmente contracorriente y escandaloso en la época para un judío, y me hace pensar en cuántas barreras tenemos que romper para que el evangelio llegue más allá de mi zona de confort.

Sea con aquellos que vienen a él, como Nicodemo, o con aquellos a los que él se acerca en medio de su viaje, como la mujer Samaritana, el mensaje es dado de manera escandalosa e impactante.

Jesús le dice al maestro de la ley que lo que Israel necesita no es más información, sino un nuevo corazón y una nueva vida, lo explica con el término "nacer de nuevo":

"—Te digo la verdad, a menos que nazcas de nuevo, no puedes ver el reino de Dios." (3:3b)

A la mujer samaritana también le dice que lo que necesita es una nueva calidad de vida, lo explica con el término "agua viva":

"—Si tan solo supieras el regalo que Dios tiene para ti y con quién estás hablando, tú me pedirías a mí, y yo te daría agua viva." (4:10b)

La misión de Jesús viene determinada por la realidad del amor de Dios, su deseo de no condenar al mundo, y es en esta porción que encontramos estos conocidos y relevantes versos:

"»Pues Dios amó tanto al mundo que dio a su único Hijo, para que todo el que crea en él no se pierda, sino que tenga vida eterna. Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para salvarlo por medio de él." (3:16-17)

Llama mi atención que para Jesús la vida eterna es algo de lo que el mismo habla en presente, algo que se puede ofrecer y experimentar ahora. Esto choca con el énfasis religioso de muchos círculos cristianos donde la vida eterna solo se vislumbra más allá de la tumba.

Me planteo ante este pasaje la realidad de la nueva vida en Cristo como algo que debo experimentar hoy en medio de mi realidad cotidiana. A la vez, me planteo la proclamación del evangelio desde los términos de Jesús, es decir, como algo que es accesible en nuestra realidad presente, que se ofrece a los que vienen en oscuridad o están más allá de las barreras culturales y geográficas. No se trata solo de lo que ocurrirá tras la tumba, se trata de una nueva manera de ver y entender el mundo, una nueva manera de responder, una nueva vida en el presente que dura toda una eternidad.

¿Cómo afecta la teología de la vida eterna aquí y ahora mi manera de ver el discipulado y la misión?




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