Ezequiel ha descrito en los capítulos 38 y 39 el final del mal y la violencia, representado este por Gog. Ahora, nos va a mostrar un panorama lleno de esperanza: el regreso de la presencia de Dios a su pueblo y al templo para llevar a cabo una restauración de todo lo que la maldad ha estropeado en la creación.
A lo largo de esta porción, a Ezequiel se le muestra la imagen del nuevo templo restaurado a través de un guía turístico celestial quien le va revelar el mensaje que debe mostrar a Israel:
"Me dijo: «Hijo de hombre, observa y escucha. Presta mucha atención a todo lo que te voy a mostrar. Te he traído aquí para enseñarte muchas cosas. Después regresarás y le contarás al pueblo de Israel todo lo que has visto»." (40:4)
Ezequiel ve las diferentes puertas, habitaciones, sistema de sacerdotes, sacrificio y adoración y también asiste a un momento crucial, el regreso de la presencia de Dios que el mismo vio en visiones anteriores alejarse del templo:
"De pronto, la gloria del Dios de Israel apareció desde el oriente. El sonido de su venida era como el rugir de aguas torrentosas y todo el paisaje resplandeció con su gloria. Esta visión fue igual a las otras que yo había tenido, primero junto al río Quebar y después cuando él vino a destruir Jerusalén. Caí con el rostro en tierra y la gloria del Señor entró al templo por la puerta oriental." (43:2-4)
La presencia de Dios parece que ha venido para quedarse y dar lugar a una nueva etapa alejada de toda maldad:
"El Señor me dijo: «Hijo de hombre, este es el lugar de mi trono y el lugar donde pondré los pies. Viviré aquí para siempre, entre los israelitas. Ni ellos ni sus reyes volverán a profanar mi santo nombre cometiendo adulterio al rendir culto a otros dioses y honrando las reliquias de sus reyes ya muertos." (43:7)
Algunos judios y cristianos creen que este pasaje hace referencia a algo que ocurrirá literalmente tal y como Ezequiel lo narra bajo el reino mesiánico, esperan por tanto una ciudad y edificio con las medidas que se nombra.
Sin embargo, otros judios y cristianos, creen que se trata de la realidad de la presencia de Dios durante el reino mesiánico desde un escrito lleno de simbolismo, no aludiendo a formas de edificios concretos.
Lo que no podemos perder de vista en este pasaje, independientemente de que creamos la realidad o no de edificios concretos, es que Ezequiel no llama a esta ciudad Jerusalén. Lo que si ocurre en la imagen del templo es que el profeta ve como desde la puerta del templo sale agua y este agua acaba convirtiéndose en un río caudaloso que llega hasta la zona más desértica y produce toda clase de plantas y reunión de seres vivos:
"A ambas orillas del río crecerá toda clase de árboles frutales. Sus hojas nunca se marchitarán ni caerán y sus ramas siempre tendrán fruto. Cada mes darán una nueva cosecha, pues se riegan con el agua del río que fluye del templo. Los frutos servirán para comer, y las hojas se usarán para sanar»." (47:12)
La imagen trae a nuestra mente el cuadro del jardín del Eden nombrado en la cosmogonía que nos ofrece los primeros capítulos de Génesis. Recordemos que por causa del pecado, Adán y Eva fueron expulsados del Edén. Esta nunca fue la voluntad inicial de Dios, sino las consecuencia de que el ser humano decide vivir sin tener en cuenta al Creador.
Los profetas en el Antiguo Testamento, no solo eran capaces de ver el problema de un pueblo rebelde y su restauración, también vieron que lo que le pasaba a Israel, en realidad es lo que le pasa a todas las naciones. Se trata de un problema mundial. De ahí que a menudo nos encontramos en el mensaje profético, no solo mensajes de la dureza del corazón de Israel, sino de las demás naciones. No solo las consecuencias de que Israel viva alejado de Dios, sino las consecuencias de tantas naciones que también hacen lo mismo. Y no solo la restauración del pueblo de Israel, sino la restauración de todas las naciones y digo más, de toda la realidad cósmica afectada por el pecado de la humanidad.
Moisés encabezó toda una revolución que liberó a los cautivos, para más tarde, los profetas descubrir que las mismas personas que fueron liberadas del faraón, llevaban un faraón en sus corazones del cual necesitaban ser liberados. De ahí que de nuevos corazones para Israel, se pase a menudo en los escritos proféticos a hablar de una nueva humanidad, de gente de toda tribu y nación adorando a Dios, mostrándonos así la realidad de una nueva tierra y de unos nuevos cielos.
Las pregunta es, Moisés encabezó la liberación de los cautivos en Egipto, pero ¿quién encabezará esta liberación y restauración cósmica?
Cuando Jesús entró en escena, su primo Juan dijo de él:
"He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo." (Juan 1:29b)
Jesús nos ofrece un nuevo corazón y nos trae la realidad de un reino presente que culminará en la restauración de todo lo que hemos estropeado. Además, nos invita a seguirlo por dos razones al menos:
- Restaurar lo que el pecado estropeó: nuestra relación con Dios, con nosotros mismos, con el prójimo y con el entorno
- Colaborar con él en la restauración de un mundo roto, a través del estilo de vida que muestra a sus discípulos.
¿Hay una mejor causa por la cual vivir y me atrevo a decir, por la cual morir?
A lo largo de esta porción, a Ezequiel se le muestra la imagen del nuevo templo restaurado a través de un guía turístico celestial quien le va revelar el mensaje que debe mostrar a Israel:
"Me dijo: «Hijo de hombre, observa y escucha. Presta mucha atención a todo lo que te voy a mostrar. Te he traído aquí para enseñarte muchas cosas. Después regresarás y le contarás al pueblo de Israel todo lo que has visto»." (40:4)
Ezequiel ve las diferentes puertas, habitaciones, sistema de sacerdotes, sacrificio y adoración y también asiste a un momento crucial, el regreso de la presencia de Dios que el mismo vio en visiones anteriores alejarse del templo:
"De pronto, la gloria del Dios de Israel apareció desde el oriente. El sonido de su venida era como el rugir de aguas torrentosas y todo el paisaje resplandeció con su gloria. Esta visión fue igual a las otras que yo había tenido, primero junto al río Quebar y después cuando él vino a destruir Jerusalén. Caí con el rostro en tierra y la gloria del Señor entró al templo por la puerta oriental." (43:2-4)
La presencia de Dios parece que ha venido para quedarse y dar lugar a una nueva etapa alejada de toda maldad:
"El Señor me dijo: «Hijo de hombre, este es el lugar de mi trono y el lugar donde pondré los pies. Viviré aquí para siempre, entre los israelitas. Ni ellos ni sus reyes volverán a profanar mi santo nombre cometiendo adulterio al rendir culto a otros dioses y honrando las reliquias de sus reyes ya muertos." (43:7)
Algunos judios y cristianos creen que este pasaje hace referencia a algo que ocurrirá literalmente tal y como Ezequiel lo narra bajo el reino mesiánico, esperan por tanto una ciudad y edificio con las medidas que se nombra.
Sin embargo, otros judios y cristianos, creen que se trata de la realidad de la presencia de Dios durante el reino mesiánico desde un escrito lleno de simbolismo, no aludiendo a formas de edificios concretos.
Lo que no podemos perder de vista en este pasaje, independientemente de que creamos la realidad o no de edificios concretos, es que Ezequiel no llama a esta ciudad Jerusalén. Lo que si ocurre en la imagen del templo es que el profeta ve como desde la puerta del templo sale agua y este agua acaba convirtiéndose en un río caudaloso que llega hasta la zona más desértica y produce toda clase de plantas y reunión de seres vivos:
"A ambas orillas del río crecerá toda clase de árboles frutales. Sus hojas nunca se marchitarán ni caerán y sus ramas siempre tendrán fruto. Cada mes darán una nueva cosecha, pues se riegan con el agua del río que fluye del templo. Los frutos servirán para comer, y las hojas se usarán para sanar»." (47:12)
La imagen trae a nuestra mente el cuadro del jardín del Eden nombrado en la cosmogonía que nos ofrece los primeros capítulos de Génesis. Recordemos que por causa del pecado, Adán y Eva fueron expulsados del Edén. Esta nunca fue la voluntad inicial de Dios, sino las consecuencia de que el ser humano decide vivir sin tener en cuenta al Creador.
Los profetas en el Antiguo Testamento, no solo eran capaces de ver el problema de un pueblo rebelde y su restauración, también vieron que lo que le pasaba a Israel, en realidad es lo que le pasa a todas las naciones. Se trata de un problema mundial. De ahí que a menudo nos encontramos en el mensaje profético, no solo mensajes de la dureza del corazón de Israel, sino de las demás naciones. No solo las consecuencias de que Israel viva alejado de Dios, sino las consecuencias de tantas naciones que también hacen lo mismo. Y no solo la restauración del pueblo de Israel, sino la restauración de todas las naciones y digo más, de toda la realidad cósmica afectada por el pecado de la humanidad.
Moisés encabezó toda una revolución que liberó a los cautivos, para más tarde, los profetas descubrir que las mismas personas que fueron liberadas del faraón, llevaban un faraón en sus corazones del cual necesitaban ser liberados. De ahí que de nuevos corazones para Israel, se pase a menudo en los escritos proféticos a hablar de una nueva humanidad, de gente de toda tribu y nación adorando a Dios, mostrándonos así la realidad de una nueva tierra y de unos nuevos cielos.
Las pregunta es, Moisés encabezó la liberación de los cautivos en Egipto, pero ¿quién encabezará esta liberación y restauración cósmica?
Cuando Jesús entró en escena, su primo Juan dijo de él:
"He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo." (Juan 1:29b)
Jesús nos ofrece un nuevo corazón y nos trae la realidad de un reino presente que culminará en la restauración de todo lo que hemos estropeado. Además, nos invita a seguirlo por dos razones al menos:
- Restaurar lo que el pecado estropeó: nuestra relación con Dios, con nosotros mismos, con el prójimo y con el entorno
- Colaborar con él en la restauración de un mundo roto, a través del estilo de vida que muestra a sus discípulos.
¿Hay una mejor causa por la cual vivir y me atrevo a decir, por la cual morir?
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