El libro de Hechos acaba en el capítulo 27 y 28 con el naufragio del barco donde el apóstol viajaba y era conducido rumbo a Roma, la salvación de toda la tripulación llegando a la isla de Malta y finalmente la llegada a Roma donde proclamó el mensaje del Reino y quedó dos años completos.
Llama mi atención como en medio de las circunstancias en las que Pablo se encuentra, su fe siempre aporta a quienes le acompañan: en medio del huracán en el mar, trae palabras de consuelo recibidas por un ángel; afirmando que todos se salvarán de la tormenta aunque la nave se perderá.
"Pero ahora os exhorto a tener buen ánimo, pues no habrá ninguna pérdida de vida entre vosotros, sino solamente de la nave. Porque esta noche ha estado conmigo el ángel del Dios de quien soy y a quien sirvo" (27:22-23)
Una vez en Malta el padre del funcionario principal de la isla estaba enfermo y Pablo lo sana:
"Y aconteció que el padre de Publio estaba en cama, enfermo de fiebre y de disentería; y entró Pablo a verle, y después de haber orado, le impuso las manos, y le sanó." (28:8)
Una vez en Roma, Pablo les testifica acerca del Reino de Dios.
"Y habiéndole señalado un día, vinieron a él muchos a la posada, a los cuales les declaraba y les testificaba el reino de Dios desde la mañana hasta la tarde, persuadiéndoles acerca de Jesús, tanto por la ley de Moisés como por los profetas." (28:23)
Todo ello me hace pensar en que aporta mi fe en medio de las circunstancias en las que me encuentro a lo largo del camino de la vida.
¿Estoy dispuesto a abrirme a recibir palabras de aliento para los que me rodean y están en dificultades? Y si esto ocurriera ¿Estaría dispuesto a compartirlas con ellos? ¿Estoy dispuesto a orar con fe por los que están en momentos críticos? ¿Estoy dispuesto a compartir del Reino de Dios con los que tengo cerca?
Dios me desafía con el ejemplo de Pablo a un estilo de vida misional, que no se basa en eventos para ser sal y luz en medio de un mundo roto, sino que consiste sencillamente en abrir mis ojos ante la realidad que me rodea, y permitir que Dios me dirija a llevar su palabra, su sanidad y sus buenas noticias en mi entorno a lo largo del Camino.
¿Estoy dispuesto a ser misional en el contexto de la vida cotidiana?... quizás todo comienza abriendo mis ojos ante la necesidad y pidiendo a Dios que me libre de mirar hacía otro lado ante necesidades evidentes.
Llama mi atención como en medio de las circunstancias en las que Pablo se encuentra, su fe siempre aporta a quienes le acompañan: en medio del huracán en el mar, trae palabras de consuelo recibidas por un ángel; afirmando que todos se salvarán de la tormenta aunque la nave se perderá.
"Pero ahora os exhorto a tener buen ánimo, pues no habrá ninguna pérdida de vida entre vosotros, sino solamente de la nave. Porque esta noche ha estado conmigo el ángel del Dios de quien soy y a quien sirvo" (27:22-23)
Una vez en Malta el padre del funcionario principal de la isla estaba enfermo y Pablo lo sana:
"Y aconteció que el padre de Publio estaba en cama, enfermo de fiebre y de disentería; y entró Pablo a verle, y después de haber orado, le impuso las manos, y le sanó." (28:8)
Una vez en Roma, Pablo les testifica acerca del Reino de Dios.
"Y habiéndole señalado un día, vinieron a él muchos a la posada, a los cuales les declaraba y les testificaba el reino de Dios desde la mañana hasta la tarde, persuadiéndoles acerca de Jesús, tanto por la ley de Moisés como por los profetas." (28:23)
Todo ello me hace pensar en que aporta mi fe en medio de las circunstancias en las que me encuentro a lo largo del camino de la vida.
¿Estoy dispuesto a abrirme a recibir palabras de aliento para los que me rodean y están en dificultades? Y si esto ocurriera ¿Estaría dispuesto a compartirlas con ellos? ¿Estoy dispuesto a orar con fe por los que están en momentos críticos? ¿Estoy dispuesto a compartir del Reino de Dios con los que tengo cerca?
Dios me desafía con el ejemplo de Pablo a un estilo de vida misional, que no se basa en eventos para ser sal y luz en medio de un mundo roto, sino que consiste sencillamente en abrir mis ojos ante la realidad que me rodea, y permitir que Dios me dirija a llevar su palabra, su sanidad y sus buenas noticias en mi entorno a lo largo del Camino.
¿Estoy dispuesto a ser misional en el contexto de la vida cotidiana?... quizás todo comienza abriendo mis ojos ante la necesidad y pidiendo a Dios que me libre de mirar hacía otro lado ante necesidades evidentes.
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