
En los últimos tres capítulos del libro de Daniel, este se encuentra afligido ante toda la situación revelada y recibe una nueva visión:
"En aquellos días yo Daniel estuve afligido por espacio de tres semanas...Y sólo yo, Daniel, vi aquella visión" (10:2,7a)
En la visión se muestra una secuencia de reinos donde está presente Persia y Grecia:
"He aquí que aún habrá tres reyes en Persia, y el cuarto se hará de grandes riquezas más que todos ellos; y al hacerse fuerte con sus riquezas, levantará a todos contra el reino de Grecia." (11:2b)
Tras esto se nombra a un rey al que muchos identifican como Alejandro el Magno:
"Se levantará luego un rey valiente, el cual dominará con gran poder y hará su voluntad." (11:3)
Tras este, habrá otros reinos que se irán sucediendo uno tras otro hasta llegar a un rey que destacará por su invasión de Jerusalén y sus abominaciones:
"Y se levantarán de su parte tropas que profanarán el santuario y la fortaleza, y quitarán el continuo sacrificio, y pondrán la abominación desoladora. Con lisonjas seducirá a los violadores del pacto; mas el pueblo que conoce a su Dios se esforzará y actuará." (11:32-33)
Sin embargo, este rey tampoco prevalecerá y será destruido finalmente y acaba el libro anunciando liberación y justicia:
"pero en aquel tiempo será libertado tu pueblo, todos los que se hallen escritos en el libro. Y muchos de los que duermen en el polvo de la tierra serán despertados, unos para vida eterna, y otros para vergüenza y confusión perpetua." (12:1b-2)
Algunos tratan de ver en estos capítulos acontecimientos concretos de nuestra historia (la intervención de Antioco en el 160 a.C., la destrucción del templo en el 70 d.C., u eventos por suceder aun), no obstante, quizás todos estos puntos de vistas pueden tener razón. No podemos olvidar que estamos ante un libro dirigido al pueblo de Dios en el exilio que ha traído y traerá consuelo al pueblo de Dios en medio de la opresión. La cautividad y así también el desierto, son en las Escrituras periodos de transición donde las dificultades no faltan. Sin embargo, estos escritos ayudan a ver a Dios en medio de un panorama desolador y nos recuerda que finalmente el amor, la justicia y la restauración prevalecerán.
Pienso en mi propio exilio y desierto, a veces como fruto de haberme perdido en el Camino y a veces como consecuencia indirecta de vivir en un mundo roto e injusto que me salpica. Ante ello, Daniel se convierte en todo un manual donde sacar principios básicos como la oración de arrepentimiento o el esperar en el Señor.
Me destaca en este pasaje el estado de Daniel ante tanta revelación y la manera en que Dios lo conforta:
"Quedé, pues, yo solo, y vi esta gran visión, y no quedó fuerza en mí, antes mi fuerza se cambió en desfallecimiento, y no tuve vigor alguno." (10:8)
"Pero he aquí, uno con semejanza de hijo de hombre tocó mis labios. Entonces abrí mi boca y hablé, y dije al que estaba delante de mí: Señor mío, con la visión me han sobrevenido dolores, y no me queda fuerza. ¿Cómo, pues, podrá el siervo de mi señor hablar con mi señor? Porque al instante me faltó la fuerza, y no me quedó aliento. Y aquel que tenía semejanza de hombre me tocó otra vez, y me fortaleció," (10:16-18)
Cuando el Espíritu Santo revela el desierto de nuestro corazón y/o el exilio es la realidad no deseada a la que hemos sido llevados, la debilidad puede hacerse muy patente en nuestra vida. Sin embargo, es esa debilidad la que muchas veces nos permite llevar a cabo el acto más necesario y beneficioso para nosotros: rendirnos ante Dios.
Es en este estado de postración, donde podemos recibir la verdad más valiosa y necesaria para nuestra restauración, que no es otra que la de saber que somos el amado del Señor.
Cuando otros nos hacen daño o cuando hemos tratado de buscar nuestra satisfacción fuera de la casa del Padre, solo necesitamos regresar como el hijo pródigo al lugar donde somos abrazado de manera incondicional.
Daniel también necesitó este amor en su situación de debilidad, el Señor le recordó que era muy amado:
"y me dijo: Muy amado, no temas; la paz sea contigo; esfuérzate y aliéntate. Y mientras él me hablaba, recobré las fuerzas, y dije: Hable mi señor, porque me has fortalecido." (10:19)
La vida de fe nos ofrece un lugar seguro, y ese lugar es donde escuchamos a nuestro Creador diciéndonos que nos ama y que no temamos. Si ese amor lo recibimos, entonces lo que hacemos o dejamos de hacer, lo que tenemos o lo que otros digan, dejará de determinar nuestra identidad y nos librará del temor, del resentimiento, del egoísmo y del sufrimiento que nos trae vivir como hijos pródigos.
¿Qué cosas temes o te debilitan? ¿Qué está determinando en estos momentos tu identidad? ¿Qué práctica te puede ayudar a integrar el amor incondicional que el Señor te ofrece en tu vida?
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