Me adentro en el segundo gran mensaje de esta carta, nuevamente introducido por la frase: "Este es el mensaje que hemos oído" (3:11) y donde predomina la idea de que Dios es amor. El primer gran mensaje donde se partió de la idea de que Dios es luz comenzó con estas mismas palabras tras la introducción (1:5).
En la porción de hoy Juan vuelve a desafiar nuestro énfasis en la ortodoxia. Vivimos en una cultura tremendamente influenciada por la cultura griega, donde conocer y expresar las ideas correctas llega a ser muchas veces la finalidad de nuestro sistema educativo. Tristemente, esta manera de operar, también se ha instaurado en nuestra formación espiritual, dando así a la ortodoxia categoría de finalidad también en la mayoría de nuestras formaciones en medio de la iglesia.
Juan nos desafía, y nos dice que la ortodoxia correcta no tiene ningún valor para determinar que estamos en la verdad, solo la ortodoxia demostrará esto:
"Queridos hijos, que nuestro amor no quede solo en palabras; mostremos la verdad por medio de nuestras acciones. Nuestras acciones demostrarán que pertenecemos a la verdad, entonces estaremos confiados cuando estemos delante de Dios." (3:18-19)
El autor de esta carta nos deja un ejemplo tan simple como contundente de algo que seguro que ha formado parte de nuestra experiencia cotidiana:
"Si alguien tiene suficiente dinero para vivir bien y ve a un hermano en necesidad pero no le muestra compasión, ¿cómo puede estar el amor de Dios en esa persona?" (3:17)
Nuevamente la ortodoxia se convierte en el elemento que evalúa nuestra formación espiritual, y no el mero conocimiento intelectual.
Llama mi atención, una referencia al papel de las emociones en este proceso:
"Aun si nos sentimos culpables, Dios es superior a nuestros sentimientos y él lo sabe todo." (3:20)
Es decir, ni las ideas correctas, ni las emociones deseadas son la prueba definitiva de nuestra fe. Cabe la posibilidad que nuestras emociones nos hagan sentir de manera diferente a como Dios nos ve, o que incluso nos inviten a vivir fuera de la voluntad de Dios. Pero cuando esto ocurre, que ocurre, hemos de saber que más allá de nuestras emociones Dios está al control, y él, que lo sabe todo, es quien ha determinado quienes somos en Cristo y como vivir en el Camino de Jesús.
Tristemente, algunos han despreciado el papel de las emociones en nosotros al punto de no reconocerlas y de ignorarlas, pero las Escrituras nunca nos invitan a esa anulación de nosotros mismos, que solo provoca inmadurez emocional y que como demuestra los avances del conocimiento y nuestra experiencia solo contribuye a que enfermemos. Las emociones forman parte de como hemos sido creados y están avisándonos de que algo está pasando en nosotros. Nuestra responsabilidad es reconocer lo que sentimos y expresarlo abiertamente ante Dios, así como los muchos ejemplos que encontramos en los Salmos, Lamentaciones o tantos personajes bíblicos. Es así como nos acercamos al paso crucial de que nuestras emociones se rindan a Dios.
Mi amigo Félix Ortiz lo expresa muy bien en su reflexión bíblica a 1ª Juan 3:20:
"No conozco otra solución para esta realidad que un constante diálogo interior con nosotros mismos, con nuestras emociones. No se trata de reprimirlas o ignorarlas; más bien hemos de reconocerlas, ponerles nombre, verbalizarlas y explicarles a ellas las promesas de Dios. No podemos controlar esas emociones, no podemos impedir que aparezcan, pero si podemos y debemos gestionarlas confrontándolas con las promesas de la Palabra. Es, en definitiva, una tarea de reeducar nuestro cerebro emocional confrontándolo con las promesas definitivas de Dios."
Todo lo dicho hasta aquí me desafía tremendamente, no a despreocuparme de la ortodoxia y mis emociones, sino a verlas como canales que deben explotar en una ortopraxis contundente acerca de lo que significa estar en la verdad. El amor de Dios se hace evidente en este mundo cuando amamos como Jesús nos amó:
"Y su mandamiento es el siguiente: debemos creer en el nombre de su Hijo, Jesucristo, y amarnos unos a otros, así como él nos lo ordenó. Los que obedecen los mandamientos de Dios permanecen en comunión con él, y él permanece en comunión con ellos. Y sabemos que él vive en nosotros, porque el Espíritu que nos dio vive en nosotros." (3:23-24)
En la porción de hoy Juan vuelve a desafiar nuestro énfasis en la ortodoxia. Vivimos en una cultura tremendamente influenciada por la cultura griega, donde conocer y expresar las ideas correctas llega a ser muchas veces la finalidad de nuestro sistema educativo. Tristemente, esta manera de operar, también se ha instaurado en nuestra formación espiritual, dando así a la ortodoxia categoría de finalidad también en la mayoría de nuestras formaciones en medio de la iglesia.
Juan nos desafía, y nos dice que la ortodoxia correcta no tiene ningún valor para determinar que estamos en la verdad, solo la ortodoxia demostrará esto:
"Queridos hijos, que nuestro amor no quede solo en palabras; mostremos la verdad por medio de nuestras acciones. Nuestras acciones demostrarán que pertenecemos a la verdad, entonces estaremos confiados cuando estemos delante de Dios." (3:18-19)
El autor de esta carta nos deja un ejemplo tan simple como contundente de algo que seguro que ha formado parte de nuestra experiencia cotidiana:
"Si alguien tiene suficiente dinero para vivir bien y ve a un hermano en necesidad pero no le muestra compasión, ¿cómo puede estar el amor de Dios en esa persona?" (3:17)
Nuevamente la ortodoxia se convierte en el elemento que evalúa nuestra formación espiritual, y no el mero conocimiento intelectual.
Llama mi atención, una referencia al papel de las emociones en este proceso:
"Aun si nos sentimos culpables, Dios es superior a nuestros sentimientos y él lo sabe todo." (3:20)
Es decir, ni las ideas correctas, ni las emociones deseadas son la prueba definitiva de nuestra fe. Cabe la posibilidad que nuestras emociones nos hagan sentir de manera diferente a como Dios nos ve, o que incluso nos inviten a vivir fuera de la voluntad de Dios. Pero cuando esto ocurre, que ocurre, hemos de saber que más allá de nuestras emociones Dios está al control, y él, que lo sabe todo, es quien ha determinado quienes somos en Cristo y como vivir en el Camino de Jesús.
Tristemente, algunos han despreciado el papel de las emociones en nosotros al punto de no reconocerlas y de ignorarlas, pero las Escrituras nunca nos invitan a esa anulación de nosotros mismos, que solo provoca inmadurez emocional y que como demuestra los avances del conocimiento y nuestra experiencia solo contribuye a que enfermemos. Las emociones forman parte de como hemos sido creados y están avisándonos de que algo está pasando en nosotros. Nuestra responsabilidad es reconocer lo que sentimos y expresarlo abiertamente ante Dios, así como los muchos ejemplos que encontramos en los Salmos, Lamentaciones o tantos personajes bíblicos. Es así como nos acercamos al paso crucial de que nuestras emociones se rindan a Dios.
Mi amigo Félix Ortiz lo expresa muy bien en su reflexión bíblica a 1ª Juan 3:20:
"No conozco otra solución para esta realidad que un constante diálogo interior con nosotros mismos, con nuestras emociones. No se trata de reprimirlas o ignorarlas; más bien hemos de reconocerlas, ponerles nombre, verbalizarlas y explicarles a ellas las promesas de Dios. No podemos controlar esas emociones, no podemos impedir que aparezcan, pero si podemos y debemos gestionarlas confrontándolas con las promesas de la Palabra. Es, en definitiva, una tarea de reeducar nuestro cerebro emocional confrontándolo con las promesas definitivas de Dios."
Todo lo dicho hasta aquí me desafía tremendamente, no a despreocuparme de la ortodoxia y mis emociones, sino a verlas como canales que deben explotar en una ortopraxis contundente acerca de lo que significa estar en la verdad. El amor de Dios se hace evidente en este mundo cuando amamos como Jesús nos amó:
"Y su mandamiento es el siguiente: debemos creer en el nombre de su Hijo, Jesucristo, y amarnos unos a otros, así como él nos lo ordenó. Los que obedecen los mandamientos de Dios permanecen en comunión con él, y él permanece en comunión con ellos. Y sabemos que él vive en nosotros, porque el Espíritu que nos dio vive en nosotros." (3:23-24)
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