La tercera carta de Juan es muy breve y va dirigida a un cristiano llamado Gayo, a quien se le elogia por mantenerse fiel a la fe y colaborar en el ministerio apostólico de la iglesia al recibir a los creyentes que viajan con el fin de compartir el evangelio:
"Mi mayor alegría es oír que mis hijos caminan a la luz de la verdad. Estás portándote, querido, como un auténtico creyente al hacer lo que haces por los hermanos, aunque para ti sean forasteros. Ellos son precisamente los que han dado ante la comunidad público testimonio de tu amor. Harás bien en ayudarlos a proseguir su viaje como corresponde a servidores de Dios," (1:4-6)
En Efesios 4:11 se nombran cinco funciones básicas en la iglesia para la edificación: el ministerio apostólico, el profético, el evangelistico, el pastoral y el de enseñanza.
"Y él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros, a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo," (Efesios 4:11-12)
Más allá de las singularidades proféticas del Antiguo Testamento y apostólicas del Nuevo Testamento con los doce, pocos niegan que la iglesia actual debe mantener estos cincos ministerios vivos en medio de ella.
La palabra apóstol significa "enviado" y los discípulos somos enviados a cumplir la Gran Comisión por todo el mundo, es en este sentido que pocos pondrían en duda que la iglesia tenemos una responsabilidad apostólica, la cual sin duda, se fundamenta en los doce y que incluye abrir camino al evangelio ante barreras geográficas y culturales. Gayo estaba atendiendo a hermanos involucrados en esta importante función de la iglesia.
Por otra parte, somos llamados a ser sal y luz en medio de un mundo roto, y eso implica no callarnos ni quedarnos de brazos cruzados ante las injusticias que nos rodean, así como los profetas no miraron hacía otro lado cuando lo que destacaba en su entorno eran estilos de vida corruptos e injustos alejados de la voluntad de Dios. Es en este sentido y bajo este fundamento, que hemos de reconocer que como iglesia tenemos una responsabilidad profética en este mundo.
Con respecto a los otros tres ministerios, no suele haber duda de que han de estar presente en nuestras funciones como iglesia, aunque quizás debemos reconocer, que mucho de la eclesiología moderna, tan influenciada por Constantino y nuestro entorno empresarial, empuja a quienes hacen funciones evangelísticas a los denominados organismos "paraeclesiales", debido en gran parte a que la función de pastores y maestros ha creado posiciones directivas desde un paradigma piramidal en muchas comunidades cristianas, lo caul ha dado lugar a ministerios monopolizadores.
La tercera carta de Juan, nos deja ver a una iglesia no institucionalizada, sino mucho más orgánica, donde el liderazgo se presenta desde una autoridad moral y no en base a posiciones profesionales de autoridad. En esta iglesia nuevo testamentaria, se aprende a colaborar en el ministerio apostólico no en base a participar con organizaciones religiosas, sino en base a permanecer en red con el resto de la iglesia en el mundo, operando fuera de estructuras complejas.
Sin embargo, el paradigma orgánico, no nos libra del gran problema de fondo en el liderazgo, que no es otro que nuestro deseo de controlarlo todo, lo cual nos lleva a poner límites a la obra de Dios a través de su iglesia. Es esto lo que le pasaba a Diótrefes:
"He escrito unas líneas a la comunidad, pero Diotrefes, en su afán por manejarlo todo, no nos ha hecho ningún caso." (1:9)
Esta carta me lleva a examinar mi estilo de liderazgo. Uso la palabra liderazgo para referirme a la influencia que tenemos sobre quienes nos rodean, la uso por tanto en un sentido en el que todos podemos y debemos sentirnos aludidos. No estoy pensando en el líder posicional que mantiene un título profesional en la comunidad, porque dicha imagen tiene más que ver con nuestro entorno occidental que con el contexto de la iglesia nueva testamentaria. Aclarado esto, el punto tiene que ver con nuestra necesidad de ser libres de tratar de manejarlo todo, así como lo hacía Diotrefes.
Reconozco que mi carácter me lleva a ser una persona prudente y prevenida, sin embargo, estas cualidades también tienen su lado oscuro, a veces caigo en tratar de no reconocer o dar lugar a otros con el fin de no sentir que pierdo el control. Cuando caigo en ello, la prudencia se convierte en imprudencia.
Ni el receptor directo de esta carta, Gayo, ni otra persona de influencia en la comunidad llamada Demetrio se estaban caracterizando por el "afán de manejarlo todo":
"En cuanto a Demetrio, todos, y la misma verdad lo confirma, dan testimonio a su favor." (1:12)
Acabo por tanto mi lectura en las tres cartas de Juan con un reto importante para mi: reconocer que no puedo, ni debo tratar de manejarlo todo. Me toca confiar en Dios de tal manera que confíe en los demás, y de esa manera, disfrutar de la realidad de que solo Dios está en control y su obra no depende de mi. Reconocer nuestros límites y disfrutar de como Dios usa a otros se convierte en una actitud liberadora y sanadora.
¿Ejerzo mi influencia tratando de manejarlo todo? Examina como tratas a los miembros de tu familia, a tus compañeros de trabajo, de tu comunidad cristiana y cualquier otro ámbito donde se cuente con tu opinión ¿Tus comentarios en tales contextos suelen reconocer y agradecer las acciones de los demás? ¿Tienes la sensación de que solo tu haces las cosas de manera acertada? ¿Qué puedes hacer para ser libre de un control tóxico?
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