El libro de Miqueas denuncia la corrupción en medio del pueblo de Dios, avisando de que dicha conducta no conducirá a otra cosa que a destrucción, en este caso, a través de una invasión por parte de Asiria y después por Babilonia.
El escrito comienza con una visión apocalíptica, donde Dios viene a su pueblo para un juicio devastador debido a la gran rebelión:
"A su paso se derriten los montes
como cera en presencia del fuego,
se resquebrajan los valles
como cortados por el agua
que se precipita en torrentera.
Y es que Jacob se ha rebelado,
Israel amontona pecados."
(1:4-5a)
Este escenario de maldad con sus horribles consecuencias, lleva al profeta a exhibir su lamento:
"Por eso me lamentaré y haré duelo,
caminaré descalzo y desnudo,
aullaré como hacen los chacales
y gemiré como las avestruces."
(1:8)
Me pregunto que papel juega el lamento en medio de nuestras vidas y la vida de nuestra comunidad, cuando las consecuencias de nuestros errores y rebeliones son evidentes. A veces nuestras liturgias estáticas y rígidas, solo dan lugar a la celebración gozosa sin dejar espacio para la práctica del lamento que tan a menudo encontramos a lo largo de las Escrituras, no solo en los profetas, sino en los libros poéticos e históricos.
La denuncia de Miqueas se centra en acciones egoístas de los líderes, quienes para encontrar sus propios beneficios, no han actuado con justicia ni mirado por el bienestar de los más necesitados:
Codician campos y los roban,
casas y se apoderan de ellas;
oprimen al cabeza de familia
y a los que conviven con él,
a la persona y a sus propiedades."
(2:2)
A su vez, los profetas, en vez de denunciar la corrupción, han hablado con el fin de agradar a los opresores y encontrar así sus propios beneficios:
"Si alguien corriera tras del viento,
urdiendo falsedades como esta:
“por vino y licor vaticinaré en tu favor”,
ese sería el profeta de este pueblo."
(2:11)
Todo ello son razones para que en tal camino el pueblo no prospere y reciba su merecido, sin embargo, esta primera parte del libro acaba con palabras de esperanza y restauración. A pesar de todo, Dios acabará siendo un pastor para este pueblo perdido, no los dejará solos:
"Voy a reunirte, Jacob, todo entero;
voy a congregar al resto de Israel.
Los juntaré como a ovejas en redil,
como a rebaño en la pradera,
y producirán un rumor de multitud.
Al frente está el que abre camino;
los demás ensanchan la brecha,
cruzan la puerta y salen por ella.
Delante de ellos va su rey,
el Señor a la cabeza."
(2:12-13)
Pienso en las consecuencias de mis propios errores y toda la ruptura que puedo experimentar en mi interior y en mis relaciones. Ante tal realidad, este pasaje me invita a dos cosas:
- Lamentar que las cosas no hayan sido ni sean del agrado de Dios. El reconocimiento de que las cosas no están bien, lamentándolo honestamente ante Dios, es una práctica que debe aflorar una y otra vez en medio de nuestras vidas imperfectas.
- Abrazar la promesa de restauración que Dios me ofrece. El lamento que viene de Dios en la vida espiritual no nos deja sin esperanza, por el contrario, es el punto que nos hace girar en el camino para dirigirnos hacía el camino en el que somos restaurados y bendecidos.
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