Los dos últimos capítulos del libro profético de Miqueas mantienen el patrón de denuncia de la maldad en el pueblo y palabras de esperanza para el futuro.
Es en esta porción que encontramos las famosas palabras del profeta acerca de lo que Dios espera de un pueblo que en verdad quiere agradarle:
"¿Agradarán al Señor miles de carneros?
¿Le complacerán diez mil ríos de aceite?
¿Le entregaré mi primogénito por mi delito,
el fruto de mis entrañas por mi pecado?
Se te ha hecho conocer lo que está bien,
lo que el Señor exige de ti, ser mortal:
tan sólo respetar el derecho,
practicar con amor la misericordia
y caminar humildemente con tu Dios."
(6:7-8)
Estas palabras nos recuerda hoy, que la vida religiosa, no necesariamente significa vida espiritual. Es posible mantener tradiciones como asistir a reuniones cristianas, leer la Biblia, orar etc. y aun así no dar evidencia del estilo de vida de Cristo. Si nuestras prácticas no nos ayudan a vivir rectamente, en amor, siendo misericordioso para con otros y siendo humildes, en realidad nos estamos engañando a nosotros mismos.
Todo ello me lleva a hacerme la siguiente pregunta, ¿Nacen mis prácticas espirituales de un anhelo de conocer a Dios o están en mi tan solo por la inercia de la tradición?
Lo que no cabe dudas, es que el pueblo carecía de una vida espiritual auténtica, no estaba andando como Dios esperaba, y de esa manera, era imposible que llegara a ser un instrumento de bendición para el resto de las naciones, así como le fue prometido a Abraham. Ante esta realidad, es que viene la reprensión del Señor a través del profeta, no con la intención de destruirlos, sino con el deseo de que se vuelvan del camino de destrucción que ellos mismos han escogido.
"No hay en el país ninguno que sea fiel,
no queda ningún justo entre la gente;
todos acechan para derramar sangre,
se tienden trampas unos a otros.
Emplean sus manos para el mal:
el príncipe pone exigencias para el bien,
el juez se deja sobornar,
el poderoso proclama su ambición...
...El hijo trata con desprecio al padre,
la hija se alza contra la madre
y la nuera contra su suegra:
los enemigos de uno son sus parientes."
(7:2-3,6)
Una de las últimas imágenes del libro es la de un hombre solo y desolado que en tan mísera condición decide clamar a Dios con la esperanza de ser escuchado:
"Pero yo pongo mi confianza en el Señor,
espero en Dios, mi salvador,
seguro de que mi Dios me escuchará."
(7:7)
Este hombre bien podría ser una imagen del mismo pueblo de Dios, pero ¿Por qué debería ante tanta maldad esperar el pueblo ser escuchado y rescatado de las consecuencias de sus propios camino? Miqueas da dos razones contundentes:
La primera es porque Dios no se deleita en ver al ser humano en las consecuencias de sus caminos, sino en mostrar amor y mostrar misericordia:
"No mantendrá por siempre su ira,
pues se complace en el amor.
Volverá a manifestarnos su ternura,
olvidará y arrojará al mar nuestras culpas."
(7:18b-19)
La segunda es porque Dios será fiel a su promesa de restauración dada a Abraham y nada ni nadie podrá detener su obra de amor y salvación:
"Otorgarás a Jacob tu fidelidad
y dispensarás a Abrahán tu amistad,
como lo prometiste en otro tiempo
a quienes fueron nuestros antepasados."
(7:20)
Todo ello me hace pensar en que la reprensión del Señor viene a mi vida con el propósito de que me vuelva al camino donde soy un agente de restauración en medio de un mundo roto. No importa cuanto me he podido alejar, cuánto lo he podido liar, hay un Dios que se deleita en mostrarme su amor y su misericordia con el fin de que a través de mi, el amor y la misericordia se extienda a otros. Lo que Dios demanda de mi, no es nada fuera de su carácter, no es nada que él no me esté ofreciendo, de ahí que la vida espiritual más que con cumplir ritos, tiene que ver con trasmitir un estilo de vida de compasión y amor hacía los demás.
¿A la luz de Miqueas como debería evaluar mi vida espiritual y como deberíamos evaluar la vida espiritual de nuestras comunidades cristianas?
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