Tras mostrar Pablo como es una familia cristiana en medio de un ambiente como el de Creta, ahora el apóstol pasa a describir una nueva clase de ciudadanos, señalando el tipo de conducta que se espera de los cristianos en el entorno civil cotidiano.
"Recuerda a los creyentes que deben someterse a las autoridades que gobiernan: que las obedezcan y estén prontos a colaborar en todo lo bueno que emprendan; que no ofendan a nadie ni se peleen con nadie; que se muestren afables y llenos de dulzura con todo el mundo." (3:1-2)
Pablo les recuerda que en otro tiempo, el vivir de manera descontrolada, bajo pasiones y placeres egoístas, en envidia y odiando al prójimo, era "el pan de cada día". Sin embargo, la entrada en escena de la bondad y el amor de Dios, es la causa para un nuevo estilo de vida.
"Porque también nosotros en otro tiempo fuimos irreflexivos y obstinados; anduvimos descarriados, esclavos de toda suerte de pasiones y placeres, y vivimos en la maldad y la envidia, odiados de todos y odiándonos unos a otros. Pero ahora se han hecho patentes la bondad y el amor que Dios, nuestro Salvador, tiene a los seres humanos." (3:3-4)
Nuevamente hemos de notar, que este tipo de comportamiento centrado en hacer el bien, no se exige desde la fuente del esfuerzo humano (aunque el esfuerzo es parte de nuestra responsabilidad), sino desde la fuente de la bondad y el amor de Dios. A la vez este regalo de Dios nos ha sido dado no en base a nuestras buenas obras, sino en base a su misericordia y a la acción del Espíritu Santo en nosotros.
"Él nos ha salvado no en virtud de nuestras buenas obras, sino por su misericordia; y lo ha hecho por medio del lavamiento que nos hace nacer de nuevo y por medio de la renovación del Espíritu Santo que Dios ha derramado sobre nosotros con abundancia a través de nuestro Salvador Jesucristo. Restablecidos así por la gracia de Dios en su amistad, hemos sido constituidos herederos con la esperanza de recibir la vida eterna." (3:5-7)
Una vez más, encontramos base para afirmar que el esfuerzo humano en hacer lo correcto, si bien debe estar presente, no tiene el poder de transformar el interior, tan solo el de "pintar la fallada". Las buenas noticias son, que lo que nosotros somos incapaces de hacer, Dios desea hacerlo.
No obstante, hay momentos en los que podemos preguntarnos ¿Tratar correctamente al que no me trata bien? ¿Ser respetuoso y amoroso con quien no cumple mis expectativas? Cuando a veces en mi comunidad cristiana hablamos de vivir de esta manera, muchos reconocemos que esto no nos nace y que nos cuesta mucho. Sin embargo, Dios no está poniendo una carga que no podamos llevar, recordemos las palabras de Jesús:
"porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga." (Mateo 11:30)
Lo realmente pesado es vivir en constante amargura, sin perdonar, sin hacer el bien a toda persona. Es cierto, que lo que las Escrituras demandan como conducta cristiana, a veces nos puede parecer un imposible, sin embargo, Dios, cuando eso ocurre, no nos llama a juzgarnos, ni a condenarnos, nos llama a reconocer con misericordia, bondad y gratitud nuestras limitaciones, arrojándonos en los brazos del único que puede transformar lo profundo de nuestro corazón. Si él no nos condena, nosotros tampoco debemos hacerlo. Hasta que su amor no nos libre de la culpabilidad y la dureza con la que nos tratamos, seguiremos en la trampa de intentar salvarnos a nosotros mismos.
Puedo contaros que en medio de una crisis familiar, decidimos buscar asesoramiento terapéutico. Recuerdo los difíciles momentos en los que el profesional señalaba aquellas partes de mi que no me gustaban y que yo trataba una y otra vez de justificar e ignorar. Sin embargo, el mirar a los ojos el monstruo que llevo dentro, sin juzgarlo y aceptándolo como una parte real de mi, me ayudó a colocarme en el lugar donde el amor de Dios se hace evidente. El "ni yo te condeno" de Jesús, ahora se pronunciaba para mi, pero con una diferencia; de ser una bonita declaración de compasión, se había convertido en una bomba atómica de amor que pone patas arribas mi interior. Conforme soy capaz de mirar con compasión mis miserias y monstruos internos, estos pierden fuerza, pues el amor de Dios se hace presente y no viene a condenarnos sino a transformarnos.
Teniendo en cuenta que la fuente de nuestras buenas obras parte del amor y la bondad de Dios que nos inunda, llama mi atención que Pablo insiste en poner delante de nosotros un objetivo que no podemos perder de vista a la hora de evaluar nuestra vida espiritual: la práctica del bien.
"Es esta una palabra digna de crédito y quiero que también tú insistas con tesón en ella para que, cuantos creen en Dios, se apliquen con entusiasmo a la práctica del bien. Esto es bueno y útil para todos." (3:8)
"Que nuestros hermanos aprendan a ser los primeros en la práctica del bien, ayudando en las necesidades más apremiantes, para que no sea su vida como un árbol sin frutos." (3:14)
¿No es cierto que a veces nuestras reuniones se enredan en debates teológicos o discusiones vanas y perdemos de vista nuestro llamado? Qué fácil es en las comunidades cristianas de occidente enfocarnos en debates infructuosos o en eventos ostentosos, en vez de animarnos unos a otros a la práctica del estilo de vida de Jesús.
"Evita, en cambio, las controversias estúpidas sobre genealogías, así como las acaloradas polémicas en torno a la ley; son insustanciales y no conducen a nada." (3:9)
Podemos concluir por tanto, que si bien, puede existir buenas obras desde motivaciones incorrectas (salvarnos a nosotros mismos o buscar el aplauso de las personas), no puede existir una obra profunda de Dios en el corazón sin buenas obras hacía los demás. De hecho, lo primero será una carga pesada de llevar (los fariseos son ejemplos) y lo segundo, es la vida natural del Espíritu, donde el yugo es fácil y la carga ligera. La nueva humanidad que este mundo necesita, brota allí donde la bondad y el amor de Dios se manifiesta, no para condenarnos o ponernos cargas pesadas, sino para quitarnos la culpa, para perdonarnos, para aligerar nuestras cargas y para sanar lo profundo de nuestro corazón. El resultado de tan magnífico proceso nos lleva al lugar donde podemos disfrutar de nuestro prójimo, aun cuando este no cumple nuestras expectativas y nos capacita para responder con la misma bondad y amor que Dios nos da en abundancia.
"Recuerda a los creyentes que deben someterse a las autoridades que gobiernan: que las obedezcan y estén prontos a colaborar en todo lo bueno que emprendan; que no ofendan a nadie ni se peleen con nadie; que se muestren afables y llenos de dulzura con todo el mundo." (3:1-2)
Pablo les recuerda que en otro tiempo, el vivir de manera descontrolada, bajo pasiones y placeres egoístas, en envidia y odiando al prójimo, era "el pan de cada día". Sin embargo, la entrada en escena de la bondad y el amor de Dios, es la causa para un nuevo estilo de vida.
"Porque también nosotros en otro tiempo fuimos irreflexivos y obstinados; anduvimos descarriados, esclavos de toda suerte de pasiones y placeres, y vivimos en la maldad y la envidia, odiados de todos y odiándonos unos a otros. Pero ahora se han hecho patentes la bondad y el amor que Dios, nuestro Salvador, tiene a los seres humanos." (3:3-4)
Nuevamente hemos de notar, que este tipo de comportamiento centrado en hacer el bien, no se exige desde la fuente del esfuerzo humano (aunque el esfuerzo es parte de nuestra responsabilidad), sino desde la fuente de la bondad y el amor de Dios. A la vez este regalo de Dios nos ha sido dado no en base a nuestras buenas obras, sino en base a su misericordia y a la acción del Espíritu Santo en nosotros.
"Él nos ha salvado no en virtud de nuestras buenas obras, sino por su misericordia; y lo ha hecho por medio del lavamiento que nos hace nacer de nuevo y por medio de la renovación del Espíritu Santo que Dios ha derramado sobre nosotros con abundancia a través de nuestro Salvador Jesucristo. Restablecidos así por la gracia de Dios en su amistad, hemos sido constituidos herederos con la esperanza de recibir la vida eterna." (3:5-7)
Una vez más, encontramos base para afirmar que el esfuerzo humano en hacer lo correcto, si bien debe estar presente, no tiene el poder de transformar el interior, tan solo el de "pintar la fallada". Las buenas noticias son, que lo que nosotros somos incapaces de hacer, Dios desea hacerlo.
No obstante, hay momentos en los que podemos preguntarnos ¿Tratar correctamente al que no me trata bien? ¿Ser respetuoso y amoroso con quien no cumple mis expectativas? Cuando a veces en mi comunidad cristiana hablamos de vivir de esta manera, muchos reconocemos que esto no nos nace y que nos cuesta mucho. Sin embargo, Dios no está poniendo una carga que no podamos llevar, recordemos las palabras de Jesús:
"porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga." (Mateo 11:30)
Lo realmente pesado es vivir en constante amargura, sin perdonar, sin hacer el bien a toda persona. Es cierto, que lo que las Escrituras demandan como conducta cristiana, a veces nos puede parecer un imposible, sin embargo, Dios, cuando eso ocurre, no nos llama a juzgarnos, ni a condenarnos, nos llama a reconocer con misericordia, bondad y gratitud nuestras limitaciones, arrojándonos en los brazos del único que puede transformar lo profundo de nuestro corazón. Si él no nos condena, nosotros tampoco debemos hacerlo. Hasta que su amor no nos libre de la culpabilidad y la dureza con la que nos tratamos, seguiremos en la trampa de intentar salvarnos a nosotros mismos.
Puedo contaros que en medio de una crisis familiar, decidimos buscar asesoramiento terapéutico. Recuerdo los difíciles momentos en los que el profesional señalaba aquellas partes de mi que no me gustaban y que yo trataba una y otra vez de justificar e ignorar. Sin embargo, el mirar a los ojos el monstruo que llevo dentro, sin juzgarlo y aceptándolo como una parte real de mi, me ayudó a colocarme en el lugar donde el amor de Dios se hace evidente. El "ni yo te condeno" de Jesús, ahora se pronunciaba para mi, pero con una diferencia; de ser una bonita declaración de compasión, se había convertido en una bomba atómica de amor que pone patas arribas mi interior. Conforme soy capaz de mirar con compasión mis miserias y monstruos internos, estos pierden fuerza, pues el amor de Dios se hace presente y no viene a condenarnos sino a transformarnos.
Teniendo en cuenta que la fuente de nuestras buenas obras parte del amor y la bondad de Dios que nos inunda, llama mi atención que Pablo insiste en poner delante de nosotros un objetivo que no podemos perder de vista a la hora de evaluar nuestra vida espiritual: la práctica del bien.
"Es esta una palabra digna de crédito y quiero que también tú insistas con tesón en ella para que, cuantos creen en Dios, se apliquen con entusiasmo a la práctica del bien. Esto es bueno y útil para todos." (3:8)
"Que nuestros hermanos aprendan a ser los primeros en la práctica del bien, ayudando en las necesidades más apremiantes, para que no sea su vida como un árbol sin frutos." (3:14)
¿No es cierto que a veces nuestras reuniones se enredan en debates teológicos o discusiones vanas y perdemos de vista nuestro llamado? Qué fácil es en las comunidades cristianas de occidente enfocarnos en debates infructuosos o en eventos ostentosos, en vez de animarnos unos a otros a la práctica del estilo de vida de Jesús.
"Evita, en cambio, las controversias estúpidas sobre genealogías, así como las acaloradas polémicas en torno a la ley; son insustanciales y no conducen a nada." (3:9)
Podemos concluir por tanto, que si bien, puede existir buenas obras desde motivaciones incorrectas (salvarnos a nosotros mismos o buscar el aplauso de las personas), no puede existir una obra profunda de Dios en el corazón sin buenas obras hacía los demás. De hecho, lo primero será una carga pesada de llevar (los fariseos son ejemplos) y lo segundo, es la vida natural del Espíritu, donde el yugo es fácil y la carga ligera. La nueva humanidad que este mundo necesita, brota allí donde la bondad y el amor de Dios se manifiesta, no para condenarnos o ponernos cargas pesadas, sino para quitarnos la culpa, para perdonarnos, para aligerar nuestras cargas y para sanar lo profundo de nuestro corazón. El resultado de tan magnífico proceso nos lleva al lugar donde podemos disfrutar de nuestro prójimo, aun cuando este no cumple nuestras expectativas y nos capacita para responder con la misma bondad y amor que Dios nos da en abundancia.
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