En los capítulos del 10 al 15 tenemos un gran número de proverbios, atribuidos al rey Salomón, donde se contrasta el camino del justo y del malvado.
Proverbios es un libro práctico, que nos lleva a pensar en el contexto cotidiano. Los versos nos llevan a examinar las intenciones del corazón, la naturaleza de nuestros pensamientos, nuestro obrar en la familia, en el mundo laboral, en la economía...
La espiritualidad no es algo que se viva entre las cuatro paredes de un edificio, por el contrario, afecta nuestra vida diaria, y si no afecta, no estamos hablando de la espiritualidad que nos enseñó el Maestro y a la que hace referencia también los escritores del Antiguo Testamento. Esto no viene mal recordarlo, ya que la teología y eclesiología occidental está muy influenciada por el dualismo, donde lo sagrado se reduce al domingo y al lugar de reunión y donde el término "secular" se mal usa para designar a todo lo que está fuera de este momento y espacio. La espiritualidad bíblica nos lleva a reconocer a Dios en cada aspecto de nuestras vidas y a considerar sagrado nuestros matrimonios, sexualidad, familia, trabajo, ocio, relaciones, placer...
En la lectura de los capítulos del 10 al 15 del libro de Proverbios, ha llamado mi atención la cantidad de referencias a como usamos la lengua. Uno de esos versos dice:
Durante un mes, como comunidad cristiana estuvimos practicando algunas disciplinas relacionadas con la tradición de la santidad. Una de ellas consistía en ser positivo con hablar de los demás, desechando la crítica y buscando bendecir. El ejercicio abrió mis ojos ante la cantidad de ocasiones que tenemos para hablar bien o mal de otros. Cada día alguien criticaba la manera de actuar de un compañero de trabajo, de un familiar, de un vecino, de un hermano en Cristo... y lo peor es que yo también hago lo mismo.
Además, he tenido la experiencia de luchar contra el hablar impulsivamente, si soy honesto, descubro como este aspecto inmaduro en mi ha contribuido a deteriorar relaciones. El caso es que estos capítulos han traído más luz un problema que muchas veces me pasa desapercibido.
Soy consciente de que necesito la ayuda del Espíritu Santo para cambiar, y que mis lecturas y prácticas solo son un medio para mostrar a Dios una fe activa que clama desesperadamente por el derramamiento de la gracia que trasforma también como me comunico con mi prójimo. Por ello hoy levanto mi voz una vez más para decir:
"Dios toma el control de mi lengua y ayúdame a no perder el norte en este tema en medio de un mundo donde se habla mal de otros como algo normal"
Proverbios es un libro práctico, que nos lleva a pensar en el contexto cotidiano. Los versos nos llevan a examinar las intenciones del corazón, la naturaleza de nuestros pensamientos, nuestro obrar en la familia, en el mundo laboral, en la economía...
La espiritualidad no es algo que se viva entre las cuatro paredes de un edificio, por el contrario, afecta nuestra vida diaria, y si no afecta, no estamos hablando de la espiritualidad que nos enseñó el Maestro y a la que hace referencia también los escritores del Antiguo Testamento. Esto no viene mal recordarlo, ya que la teología y eclesiología occidental está muy influenciada por el dualismo, donde lo sagrado se reduce al domingo y al lugar de reunión y donde el término "secular" se mal usa para designar a todo lo que está fuera de este momento y espacio. La espiritualidad bíblica nos lleva a reconocer a Dios en cada aspecto de nuestras vidas y a considerar sagrado nuestros matrimonios, sexualidad, familia, trabajo, ocio, relaciones, placer...
En la lectura de los capítulos del 10 al 15 del libro de Proverbios, ha llamado mi atención la cantidad de referencias a como usamos la lengua. Uno de esos versos dice:
"En las muchas palabras no falta pecado;
Mas el que refrena sus labios es prudente."
(10:19)
Durante un mes, como comunidad cristiana estuvimos practicando algunas disciplinas relacionadas con la tradición de la santidad. Una de ellas consistía en ser positivo con hablar de los demás, desechando la crítica y buscando bendecir. El ejercicio abrió mis ojos ante la cantidad de ocasiones que tenemos para hablar bien o mal de otros. Cada día alguien criticaba la manera de actuar de un compañero de trabajo, de un familiar, de un vecino, de un hermano en Cristo... y lo peor es que yo también hago lo mismo.
Además, he tenido la experiencia de luchar contra el hablar impulsivamente, si soy honesto, descubro como este aspecto inmaduro en mi ha contribuido a deteriorar relaciones. El caso es que estos capítulos han traído más luz un problema que muchas veces me pasa desapercibido.
Soy consciente de que necesito la ayuda del Espíritu Santo para cambiar, y que mis lecturas y prácticas solo son un medio para mostrar a Dios una fe activa que clama desesperadamente por el derramamiento de la gracia que trasforma también como me comunico con mi prójimo. Por ello hoy levanto mi voz una vez más para decir:
"Dios toma el control de mi lengua y ayúdame a no perder el norte en este tema en medio de un mundo donde se habla mal de otros como algo normal"
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