Debido al ejercicio de silencio que especialmente estoy practicando durante este mes, me es casi imposible pasar desapercibido ante los momentos de soledad y quietud del profeta. En estas ocasión, ante la amenaza de muerte de Jezabel, el profeta huye a Beerseba en Judá y deja allí a su criado (v. 3) para continuar un día de camino por el desierto.
"Elías se asustó y emprendió la huida para ponerse a salvo. Cuando llegó a Berseba de Judá, dejó allí a su criado. Luego siguió por el desierto una jornada de camino" (19:3-4a)
Dallas Willard escribió:
"El silencio es atemorizante porque nos desnuda como ninguna otra cosa, y nos lanza sobre las crudas realidades de nuestra vida."
Parece que algo así le sucedió a Elias, quien tras tanta acción, en medio del silencio, conectó con sus emociones más profundas menos deseadas, hasta el punto de expresar el deseo de morir:
"Basta ya, oh Jehová, quítame la vida, pues no soy yo mejor que mis padres." (19:4)
Sin embargo, llama mi atención la manera en la que Dios responde al profeta cuando este abre su corazón ante él:
Primero lo fortalece con descanso y comida.
"Se echó bajo la retama y se quedó dormido. Pero un ángel lo tocó y le dijo — Levántate y come. Elías miró y a su cabecera vio una torta de pan cocido sobre piedras calientes junto a una jarra de agua. Comió, bebió y volvió a acostarse. Pero el ángel del Señor lo tocó de nuevo y le dijo: — Levántate y come, porque el camino se te hará muy largo." (19:5-7)
Una vez fortalecido lo llevó a una larga caminata hacía el monte Horeb:
"Elías se levantó, comió y bebió; y con la fuerza de aquella comida caminó durante cuarenta días y cuarenta noches hasta el Horeb, el monte de Dios" (19:8)
Una vez en Horeb Dios le muestra su presencia y le trae palabras de aliento y dirección (v. 15-18).
Las emociones de Elias eran reales, pero también habían distorsionado su visión de lo acontecido: habla de que no quedan más profeta y de que el pueblo se ha apartado de Jehová (v. 10), no teniendo en cuenta que Abdías dijo que quedaban 100 profetas (18:13) y que muchos en el pueblo se postraron ante Dios ante la experiencia del fuego en el altar en el monte Carmelo (18:39)
Ahora Dios se muestra a Elias en un silvido apacible (según algunos teólogos, símbolo del silencio absoluto), en otro tiempo y en aquel lugar, Dios se mostró a Moisés con fuego, pero ahora Dios no estaba en el viento, ni en el terremoto, ni en en el fuego, sino en el silencio.
"Tras el terremoto hubo un fuego, pero el Señor tampoco estaba en el fuego. Tras el fuego se oyó un ligero susurro, y al escucharlo, Elías se tapó el rostro con su manto, salió de la cueva y se quedó de pie a la entrada. Entonces oyó una voz..." (19:12-13a)
¿Soy capaz de ver a Dios independientemente de la manera en la que decida mostrarse? ¿Es el silencio un lugar donde espero que Dios se haga presente?
Para Elías lo fue, y el profeta escuchó acerca de 7000 que no doblaron sus rodillas ante Baal, y de instrucciones para ungir dos nuevos reyes y un nuevo profeta que sería su discípulo.
Sin duda el silencio ante Dios saca muchas cosas de nuestro interior. He descubierto que si estoy estresado y afanado, esta realidad se hace muy evidente cuando trato de estar quieto y en silencio; puedo observar en mi como ideas e impulsos me invaden de manera persistente. En ese sentido, el silencio es una buena aliada para que sea revelado el estado de mi corazón y permitir que Dios, como con Elias, ponga las cosas en el lugar que le corresponde.
Animo a hacer el ejercicio de estar quieto y en silencio por 5 o 10 minutos, consciente de la presencia de Dios y atentos a todo lo que el silencio puede revelar de nosotros. Esto nos permitirá venir como Elias ante Dios, reconociendo el estado de nuestro corazón ante quien puede ministrar nuestras realidades más profundas.
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