Israel vence al rey de Siria, y aun un año después vuelve a vencerlo. Sin embargo, Acab muestra misericordia con el rey Sirio, haciendo pacto con él.
"Y le dijo Ben-adad: Las ciudades que mi padre tomó al tuyo, yo las restituiré; y haz plazas en Damasco para ti, como mi padre las hizo en Samaria. Y yo, dijo Acab, te dejaré partir con este pacto. Hizo, pues, pacto con él, y le dejó ir." (20:34)
Esta acción es mal vista por un profeta el cual anuncia malas consecuencias de este acto a Acab y al pueblo.
Parece que Acab, al hacer pacto con el rey Sirio tras la guerra, estaba violando los preceptos acerca de los anatemas (Éxodo 17:8-14; Deuteronomio 25:17-19), los cuales debían ser destruidos con el propósito de que el pueblo permaneciera en santidad.
Estas leyes en su literalidad no tienen lugar en mi contexto actual y son extrañas para mí. Es el problema de mi descontextualización social, política y religiosa con este texto ancestral. Miro los pasajes acerca de destruir a los enemigos, y viene a mi mente las palabras de Jesús, mi maestro, invitándome a amar a mis enemigos.
"Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen;" (Mateo 5:44)
Sin embargo, he de entender que el corazón de Acab en esta historia, para nada representa la obediencia al Maestro en sus intenciones de amar al enemigo. Estamos en un contexto de reyes absolutistas tratando de mantener su poder e influencia en el mundo.
Hay un principio que se hace universal en este pasaje: Acab mostró "amor" por sus enemigos olvidando su amor por Dios (la palabra que se traduce por clemencia en el verso 31 es la misma que se usa para hablar de la misericordia de Dios con su pueblo). Esto me recuerda que somos hechos para amar, sin embargo, si no amamos al Dios que es AMOR por encima de todas las cosas, si no le obedecemos a él antes que a nosotros mismos y a otros, acabamos amando lo que no nos conviene. El amor a Dios hace que podamos expresar nuestro amor adecuadamente hacía todo lo que nos rodea, pero sin alinearnos con Dios, nuestro supuesto "amor" es egoista, desordenado, y aun acabamos amando lo que nos destruye.
En un mundo donde vemos cada día en las noticias acerca de guerras religiosas, he de recordar que Pablo nos recuerda que nuestra lucha hoy no es contra carne y sangre, es decir, nuestros enemigos no son las personas.
"Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes." (Efesios 6:12)
El que nuestra lucha no sea contra carne y sangre no significa que no tenga una lucha que librar. Hay una tendencia en mí a buscar mi propio bien olvidando a Dios y el verdadero bien de mi prójimo. Hay sistemas en este mundo que fomentan el quitar mi mirada de Dios y ponerla en mi propio placer y el enemigo de mi alma trabaja para que así sea.
¿Tengo identificado al verdadero enemigo de mi alma? ¿Mostraré alianza con aquello que me destruye o mostraré obediencia a Dios? La advertencia del profeta es también para nosotros, pues nuestro verdadero enemigo quiere destruirnos y solo nuestra rendición a los planes de Dios pueden librarnos.
Esta batalla no es con armas físicas, es una guerra que se lleva a cabo con disposición a amar a Dios con todo mi corazón, con toda mi alma y con todas mis fuerzas y a mi prójimo como a mí mismo. Sin rendirme al Dios que es AMOR no hay victoria y es fácil acabar amando lo que me destruye.
¿Qué actitudes pueden llevarme a "amar" aquello que me destruye? ¿Qué cosas me destruyen?
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