Después de leerla al completo, me adentro a reflexionar sobre las diferentes estructuras del libro. Concretamente hoy me adentro en los seis primeros capítulos, donde se nos narra como Zorobabel, entre otros, facilita el regreso de un remanente de Israel desde el exilio en Babilonia para reconstruir el templo y repoblar la tierra de donde partieron.
Es Ciro, rey de Persia, un hombre no judío y en una cultura muy diferente a la de los israelitas, quien dicta el decreto para que el templo en Jerusalén se edifique:
“Esto es lo que decreta Ciro, rey de Persia: El Señor, Dios de los cielos, me ha dado todos los reinos de la tierra y me ha comisionado para que le construya un Templo en Jerusalén, capital de Judá. Cualquiera de ustedes que pertenezca a ese pueblo puede regresar a Jerusalén, capital de Judá, y reedificar, con la protección divina, el Templo del Señor, Dios de Israel, el Dios que habita en Jerusalén." (1:2-3)
Este hecho, me hace pensar en como Dios lleva a cabo la restauración de lo que el pecado ha estropeado, con personas que quizás tengan una cultura y una cosmovisión del mundo diferente a la mía. Mi miopía espiritual, siempre me lleva a reducir la obra de Dios a mi círculo de comodidad, sin embargo, Dios está trabajando en todo el mundo y con cada ser humano, otra cosa, es que yo tenga las gafas adecuadas para verle.
El concepto Missio Dei hace referencia a la idea de que Dios es un Dios misionero, en misión, y en todo caso, nosotros somos invitados a unirnos a lo que ya está haciendo. Este concepto, me libra de mi complejo de super heroe y me invita a ampliar mi conocimiento de Dios y de su manifestación en el mundo.
Pues bien, el decreto de Ciro hace que un numeroso grupo de Israelitas regresen con Zorobabel a Jerusalén y Judá y una vez establecidas estas personas en las ciudades, empezaron a celebrar sus fiestas solemnes de adoración, aun antes de empezar los cimientos del Templo:
"Celebraron la fiesta de las Tiendas según estaba prescrito, ofreciendo cada día los holocaustos señalados en el ritual. A partir de ese momento ofrecieron también el sacrificio perpetuo, los de la luna nueva, los de todas las solemnidades dedicadas al Señor y los de cualquiera que presentase espontáneamente su ofrenda al Señor. el primer día del séptimo mes comenzaron a ofrecer holocaustos al Señor, a pesar de que no se habían echado los cimientos del Templo del Señor." (3:4-6)
Tanto el exilio, como el hecho de que la adoración se lleva a cabo antes de empezar el edificio, nos recuerda que la espiritualidad y la adoración en realidad no depende de complejas estructuras ni de riquezas materiales. Es una cuestión de conectar en el aquí y ahora con Dios, más allá de lo que esté sucediendo o tengamos.
Cuando empiezan a echar los cimientos del templo en un ambiente de celebración, llama la atención las diferentes reacciones por parte del pueblo:
"Muchos de los sacerdotes, levitas y cabezas de familia más ancianos que habían visto el primer Templo, al ver cómo se echaban los cimientos de este, lloraban a lágrima viva. Otros, sin embargo, daban grandes gritos de alegría." (3:12)
Muchos ven en las lágrimas de los más ancianos, la frustración de que la gloria del templo anterior no se alcanza. Sin embargo, otros parecen no estar conscientes de este hecho, para ellos solo hay motivos de alegría. Nuestras expectativas estimulan nuestras emociones y podemos darnos cuenta cuál es el camino que estamos tomando para satisfacer las necesidades de nuestro interior ¿Qué me frustra o que me da satisfacción? ¿Como afecta mi manera de ver el mundo el que esté celebrando o entristecido?
Otro elemento que llama mi atención en esta historia es como algunas personas del lugar tratan de unirse a la edificación del templo, pero se les niega:
"se acercaron a Zorobabel, a Josué y a los cabezas de familia y les dijeron:— Déjennos colaborar con ustedes en la construcción, porque también nosotros hemos recurrido a su Dios y le hemos ofrecido sacrificios desde los días en que Asaradón, rey de Asiria, nos estableció aquí. Zorobabel, Josué y el resto de los cabezas de familia de Israel les contestaron:— No podemos edificar un Templo a nuestro Dios junto con ustedes. Tan sólo nosotros hemos de construirlo para el Señor, Dios de Israel, como nos ha ordenado Ciro, rey de Persia." (4:2-3)
Sabemos por la historía que esta negativa acabó creando barreras importantes entre judíos y samaritanos hasta los tiempos de Jesús. No podemos olvidar, ante este hecho, que los profetas habían dado la visión de que todas las tribus de Israel se unirían en la adoración al Dios que es el Creador, Amor y Vida, y desde ahí, todas las tribus de la tierra. Es la visión de un mundo restaurado en el cumplimiento de la promesa de Dios. Sin embargo, en el momento de la historía en el que nos situamos con Esdras, este aspecto no parece tener repercusión práctica, es como si nos faltara eco de lo que ha de venir.
Años más tarde, Jesús escandalizaría a los judíos al contarles la historía del buen Samaritano, desmontando con esta parábola la idea de que lo que agrada a Dios es imposible encontrarlo mas allá de nuestra zona de confort y seguridad.
Me encuentro hoy con una historia que me desafía a plantearme cuáles son mis expectativas con respecto a la voluntad de Dios en el mundo. Me pregunto si soy capaz de ver la obra de Dios más allá de mis propias conexiones familiares, ya sea por mis experiencias pasadas (como aquellos ancianos que vieron la gloría del templo de Salomón y no celebraban con alegría la reconstrucción) o por mi dificultad para ver a Dios fuera de mi zona de confort y seguridad (ya sea por considerar a "Samaritanos" como excluidos de la voluntad de Dios).
¿Quién es "el Ciro" hoy en mi contexto? Es decir, aquel al que puedo ver que Dios usa a pesar de que mi cultura y aun mi fe sea diferente a la suya.
¿Quiénes son "los samaritanos" que excluyo y evito y que me escandalizaría si Jesús me los pusiera de ejemplo de virtud para imitar en mi vida espiritual?
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