El capítulo quince de Lucas contiene algunas de las parábolas más bellas de las Escrituras. El capítulo comienza con una percepción por parte de los religiosos de la época, en este caso, los fariseos y los maestros de la ley, que murmuran de Jesús de la siguiente manera:
"...— Este anda con gente de mala reputación y hasta come con ella." (15:2)
Como respuesta, Jesús les cuenta "la parábola de la oveja perdida", "la parábola de la moneda perdida" y la parábola de "los dos hijos y el padre bueno", más conocida como "la del hijo pródigo.
Estas parábolas me revelan el corazón del Dios a quien adoro, un Dios que no pasa por alto la maldad en el mundo, pero que ha decidido tratarnos con gracia. La gracia implica que Dios no nos da lo que merecemos, sino lo que necesitamos.
Merecemos las consecuencias del camino por el que hemos decidido viajar, aun cuando es un camino de destrucción, sin embargo, necesitamos que el buen pastor nos busque, nos encuentre y nos traiga de nuevo a casa, y esto precisamente es lo que hace, en mi caso, una y otra vez.
Merecemos ser repudiados por el Padre por nuestro rechazo y rebeldía hacía Él, sin embargo, el Padre sale a nuestro encuentro con un abrazo y celebra una fiesta cuando volvemos a casa.
La gracia es injusta, es escandalosa, va contra la corriente de este mundo, pero es la medicina que Dios ha decidido usar, la que aplica y la que ha hecho que yo me convierta en un seguidor de Jesucristo.
Henri Nowen, en su excelente obra "El Abrazo del Padre" analiza la parábola del hijo pródigo desde sus diferentes personajes ante la contemplación del famoso cuadro de Rembrandt "El Retorno del Hijo Pródigo". El señala que hay una invitación no solo a identificarnos con el hijo rebelde que se va de casa para experimentar fuera de la voluntad de su padre, sino también en el hijo mayor, que quedándose en casa, es incapaz de entender la gracia del Padre hacía su hermano.
Sospecho que un síntoma de que nosotros estemos siendo representado por el hijo mayor, es la manera en la que tratamos a los que esta sociedad rechaza. Nuestra incapacidad para atenderlos, para comer con ellos, para no sentirnos superiores, es una muestra de que la gracia del Padre no la hemos entendido, no la hemos aceptado y no la estamos experimentando, aun cuando nuestra imagen sea la de una persona religiosa.
Desde este prisma, la vuelta a la casa del Padre, no es la vuelta a asistir los domingos a la iglesia (tal como a veces se entiende en ciertos círculos religiosos). Podemos estar implicado en la logística comunitaria y a la vez ser como el hermano mayor, inconsciente de que lo que tenemos es inmerecido y motivo para estar en continua celebración.
Como señala Henri Nowen, en nuestra formación espiritual el objetivo no es ser el hijo pródigo ni el hermano mayor, sino que nuestro corazón sea como el corazón del Padre. Cuando eso ocurre, no sentimos envidia por los que prosperan, nos alegramos por ellos, nos sentimos desbordados de alegría por no recibir lo que merecemos sino lo que necesitamos, e imitamos al Maestro andando con gente que esta sociedad considera de mala reputación.
Esta historia va más allá de que sintamos un cosquilleo en la barriga por entender cuanto somos amado, nos lleva a una acción contracorriente que implica preocupación por aquellos por los que esta sociedad no se preocupa y acción para abrazarlos y sentarnos a comer con ellos en la misma mesa. En definitiva, entender el amor del padre debería hacer de nosotros gente de mala reputación en medio de un mundo egoista y elitista.
Comentarios
Publicar un comentario